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Horrores de la guerra

los pintó Goya y no se quedó corto. El viernes pasado, durante unas horas, la prensa nacional dio la noticia de una serie de atrocidades cometidas por soldados norteamericanos en Afganistán. Doce soldados están acusados de matar civiles "por deporte" y de guardar partes de su cuerpo como trofeos: dedos, dientes, cráneos incluso.

El portavoz del Pentágono dijo que se trataba de "anomalías" en términos de la conducta de sus fuerzas armadas en el mundo, pero lo sucedido en Irak, ya olvidado, arrumbado, como todos los horrores, de la guerra o no; lo que Wikileak destapa; lo que sale por una esquina y por otra burlando la férrea censura que hay sobre estos asuntos, demuestra lo contrario: la barbarie de los perros de la guerra es un hecho y a veces un juego, tal vez desestresante. ¿Y los demás países qué? ¿Qué pasó en África con las tropas internacionales? Pasamos la página demasiado rápido.

No sabemos qué pasa en la guerra porque la tenemos lejos y mandamos a nuestros hombres de mano, a nuestros mercenarios y soldados de fortuna, los disfracemos de lo que los disfracemos. Apenas sabemos nada de lo que se nos oculta a diario ni qué hay detrás de la imagen casi deportiva que acompaña a las comitivas oficiales. No sabemos de qué atrocidades es capaz alguien con un arma en la mano, a merced de sí mismo y a cubierto de miradas enemigas, hostiles, no permisivas. Recuerdo a Sven Hassel, sí, pero también a Hemingway enorgulleciéndose de haber matado a sangre fría a 122 soldados alemanes, presumiblemente prisioneros, en los días finales de la Segunda Guerra Mundial, y en territorio francés. A uno de los prisioneros alemanes que pretendía escaparse, don Ernesto le disparó "tres veces, apuntando a su estómago. Cuando cayó, le disparé a la cabeza. El cerebro le salió por la boca o por la nariz, creo".

"Todo muy agradable y divertido", le escribió don Ernesto a Mary Welsh, en el otoño de 1944, contándole que había habido muchos muertos, botín, tiroteos y toda clase de combates.

También recuerdo a Cela, en sus memorias, relatando un episodio de la Guerra Civil española en el que unos soldados se habían aprovechado de una retrasada mental que llevaban en un camión.

Unas horas después de aparecer, la noticia de los soldados criminales desapareció. Ayer regresó, aunque no en primera plana. Yo no sé si el propósito de dar esa noticia fue suscitar el horror del público y conmoverlo, despertando en él un sentimiento radical de pacifismo o si por el contrario, sólo se trata de asomarlo a la barraca de los horrores de la feria mediática. No lo sé y así lo digo. Cada vez más lejos de certeza alguna. Perplejo.