Se acaba de celebrar en Pamplona el XXI encuentro de amantes de la basura. Yo no me considero amante de la basura, pero sí creo que la basura está profundamente enamorada de mí porque me persigue, me acosa, me llena bolsas y bolsas y me hace llevarla de aquí para allá. A veces me crea dudas angustiosas: no sé qué hay que hacer con el papel de aluminio, con los sprays vacíos, con los trapos? ¿los vasos rotos son vidrio o hay que echarlos al contenedor verde? ¿Y las bandejas de poliestireno expandido o poliespán? Me da pena tirarlas, pero la verdad es que ya no sé para qué usarlas. El concepto basura también se expande. Estamos rodeados de empleos basura, televisión basura, comida basura, literatura basura?

Creo que esta sensación de estar luchando constantemente contra un enemigo poderoso y sutil es compartida por una gran parte de la sociedad. Todos queremos hacer algo, pero es difícil salir de la rueda de consumo en la que estamos inmersos. En este sentido, los organizadores de la reunión, entre ellos Greenpeace y Ekologistak Martxan, precisaron que la filosofía de las tres erres (reducir, reutilizar y reciclar) es "ampliamente" compartida por administraciones y sociedad, pero que la situación "dista mucho de ser satisfactoria" como lo muestra el hecho de que los resultados reales no se correspondan con esta sensibilidad.

En estos encuentros seguro que no participó el señor de gorra y bigote que todas las mañanas suele estar rebuscando en los contenedores de mi calle. Tiene una habilidad especial para pescar con su muleta la comida que tiran los del supermercado de al lado. Saca y saca, pero no mete nada y deja unas desagradables exposiciones esparcidas por el suelo. Desagradables a la vista y al olfato, como basuras que son, y desagradables al intelecto porque ponen al descubierto las vergüenzas de este nuestro sistema capitalista y liberal en el que todos los días unos tiramos toneladas de alimentos, mientras otros pasan hambre de verdad.