La mitad de la cultura
LO bueno de no entender nada de casi nada es que a cambio te permite opinar de casi todo. Y no entiendes no por nada, sino porque quienes nos gobiernan o en su nombre salen, hoy sí y mañana también, a la palestra a perorar por lo fino, y cobran por ello un sueldazo, no hablan con palabras de este mundo, y las cosas que parece como que dicen que a lo mejor nos conciernen o son mentira descarada o tan abstrusas, que es mejor dejarlas correr y pensar en otra cosa.
Tal vez Marcelino Iglesias, portavoz o profeta de guardia del PSOE, ese partido que con no sé qué fundamento dicen que es neoliberal y de derechas, estaba de cena o comida navideña y salió caliente, pero sigo dándole vueltas a qué se refería cuando habló de manera apocalíptica de la mitad de la cultura, ésa que iba a desaparecer si no salía adelante la Ley Sinde. Y no ha salido. Por ahora. En consecuencia, siempre según el vidente oficial del PSOE, y por ahora, ha desaparecido la mitad de la cultura. O sea, que somos la mitad de cultos que hace unos pocos días, o sea, más incultos.
Así se explica que el otro día, un amigo, en Elizondo, me encontró espeso y como que no escurría con normalidad. Yo, la verdad también, pero no le dije nada. Ahora me entero de que era porque nos había desaparecido la mitad de la cultura, no cuarto y mitad, sino la mitad, como quien corta por la brava un queso. A dónde se ha ido esa mitad de la cultura, no sé; y qué parte se ha esfumado, tampoco. Pero, carajo, mira que tiene mala sombra irse a la cama tan contento y despertarte sin la mitad de la cultura. Es como si te acuestas tan tranquilo y te levantas medio calvo, no sé, algo así. Y no es porque no avisaran, porque avisar, avisaron, así que ahora no podemos quejarnos.
¿Y ahora qué hacemos, don Marcelino? ¿No se habrá quedado esa mitad en algún disco duro, hecha un gurruño de archivo temporal, algo? ¿Cómo la recuperamos? ¿Cómo sabemos qué mitad se nos ha ido? Porque puede ser que, o bien se nos haya ido la mitad de cada cosa o la mitad del conjunto. A ver si me explico. Por ejemplo, el que se despierta sin saber la mitad de inglés que la víspera no es lo mismo que el que se levanta sin tener ni repajolera idea. Con la música no quiero ni pensar lo que puede pasar. ¿Y el Espasa, qué, la mitad en blanco? Con la cultura inmaterial no me meto porque ahí está, en el aire, aunque vete a saber. ¿Quién va a cobrar un pastón por dilucidar esto? Ay, don Marcelino, qué catástrofe.
También es posible que alguien, ante el tremebundo y apocalíptico anuncio del Partido Socialista (vía su profeta de guardia), se haya refugiado en alguna cueva, como ésos que quieren salvarse del fin del mundo, y ahora, una vez que ha pasado la catástrofe, hayan salido del refugio con la cultura intacta.
Es por sugerir, por comentar, por ver de recuperar esa mitad perdida de nuestra cultura. Yo, feliz si la recuperamos, entera, intacta, como el banco ése de Chillida que valía 30 euros como chatarra, pero por si acaso, antes de cenar me he puesto a hacer crucigramas para ver si me sabía los ríos chinos y después de la cena a jugar al trivial hasta que me he hecho los sesos agua y no he notado una diferencia sustancial con las Navidades del año pasado: tan indocumentado como entonces. Al menos esa mitad está intacta. Y con los crucigramas no tengo nada que temer porque con el guaifai no tienen pega, lo acabas encontrando todo, hasta la última tribu, la monocotiledonea de guardia y el remoto afluente del río chino.
Item más, de lo jocoso, vayamos a lo que tiene mucha menos gracia. Leo estos días, entre líneas navideñas, que los representantes de las instituciones se aprestan a cerrar a la izquierda abertzale el paso hacia las instituciones mientras exista ETA. Antes se decía, está en todas sus apariciones públicas, que no podría participar mientras no condene la violencia. ¿Mentían? No, solamente no decían la verdad. Triquiñuelas.
ETA es un problema, algo más que un problema, una tragedia y una fuente de tragedias, pero no es el problema. Eso, yo al menos ya no me lo creo. Claro que lo que yo crea o deje de creer y nada es lo mismo. Puedo equivocarme. De hecho, estoy equivocado en casi todo.
Viene esto a cuento de la nueva ley que ha aprobado el Congreso para impedir que la izquierda abertzale (la ilegalizada Batasuna y similares) pueda participar en las nuevas elecciones y recobrar una más que significativa presencia en las instituciones de Euskadi y de Navarra.
Cuando empezó el acoso a Batasuna, a cada crimen de ETA se le exigían a Batasuna condenas, declaraciones expresas, digo bien se le exigían, cuando ese acto no estaba expresamente previsto en la Ley de Partidos. A su texto estricto me remito.
Ahora que el magma de la izquierda aber- tzale parece como que condena la violencia y se aparta de ETA, los votantes de esa nueva ley se unen para supeditar la presencia de la IA en la vida política a la desaparición de ETA. Lo cierto es que tanto dentro del Congreso como fuera de él, hace meses que se escuchan voces que reclaman el aislamiento político de la izquierda abertzale, con ETA de por medio y sobre todo sin ETA, cifrado en una condena suplementaria a la cuarentena política, un tiempo que juzgan necesario para que muestre su sumisión no ya al sistema parlamentario, sino al modelo de estado. ¿Y luego? Pues luego ya encontrarán algo para cerrarles el paso.
Porque todo hace sospechar que, al margen del terrorismo, lo que de verdad molesta en el panorama político es una izquierda abertzale que, bajo el nombre que sea, participe en igualdad de derechos en las instituciones y ponga sobre la mesa, un día sí y otro también, sus planteamientos políticos independentistas y radicales. A fin de cuentas la IA, independentista, representa el mayor incordio (¿peligro?) real al modelo de Estado de los que reclaman para sí el indiscutible adjetivo de calidad de constitucionalistas.