El estado de la cuestión
ES posible que la ministra Sinde sepa mucho de cine y de cosas de la modernidad, pero igual de historia poco, y me atrevo a decir que de Navarra nada. Es de esa gente que acaba de descubrir que Navarra fue conquistada en 1512 y ocupada de manera nada pacífica durante unas décadas, hasta que la ocupación total fue un hecho consumado. La ministra es (presuntamente) de esa gente (mucha) a la que Navarra, si no come gratis en algún lado, le importa un carajo. Korpax es un experto en tratar con esa gente. Ha sabido, como una araña madre, rodearse de un tupida red de estómagos agradecidos para poder pasar el cazo cuando lleguen sus malos tiempos. Veremos.
La ministra Sinde es una idónea, esto es, alguien que sin ser militante activa del partido en el poder, sirve a éste con la suficiente entrega como para asumir las líneas maestras de la política de turno, en relación a Navarra en este caso, o a esa parte de la sociedad navarra que ni les votó a ellos ni a la derecha, pero que obtuvo los suficientes votos como para ser la segunda fuerza política en Navarra, cosa que su partido torpedeó de mala manera. Conviene no olvidarlo.
El otro día, en el Congreso, la ministra Sinde se defendió del revolcón dialéctico que le estaba dando la diputada Uxue Barkos, apelando a la historia y a su debate, y poniendo notoria cara de pocos amigos. El ordeno y mando sustituía al intercambio de pareceres, la negativa autoritaria a escucha reclamaciones legítimas. A la historia apela todo el mundo, sólo que cada cual a la suya. Ponerse de acuerdo en esa trinchera es muy difícil. Eso lo sabe quien tiene medios para imponer sus ideas, y la ministra Sinde está claramente de parte de estos últimos. El debate sobre la conquista del Reino de Navarra y sus consecuencias está viciado, y las conclusiones tomadas de antemano. No hay intención alguna de puesta en claro, sino de encontrar munición para la política gubernamental del presente. Ese congreso, tal y como está montado, es una celebración eucarística. Poco debate cabe ahí, sino la mutua desautorización, abusiva en el caso gubernamental que paga a sus historiadores y eruditos. El Gobierno de Navarra se ha cuidado muy mucho de convocar a quien pueda ser una voz notoriamente discordante. Es lo que se llama un debate intelectualmente abierto. Tal vez haya invitado a algún pintoresco erudito islandés para soltar alguna extravagancia relacionando el Viejo Reyno con las sagas de Snörri Sturlusson, porque sabe que eso no representa a toda una corriente de historiadores que ponen en duda las tesis oficiales, representadas por los partidos de la derecha (incluido el PSOE). El problema no es el debate al que se refiere la ministra, como si esto fuera Wimbledon, sino las conclusiones que tienen por fuerza que ser las que son, y en función de las cuales se han montado los fastos de la radical españolidad de Navarra, no para debatir ni aportar nada de nada. Sanz y los suyos no están dispuestos a que les aporte nadie nada, pero nada de nada. Están muy aportados. Todos en el fondo estamos muy aportados. Visto desde fuera esto huele, desde siempre y como siempre, a podrido.
Yo tampoco sé mucho de casi nada, menos que la ministra desde luego, por eso ella está donde está y yo en mi rincón, y hasta he formado intención de acudir a un acupuntor chino para que me quite el prurito, la comezón de las erudiciones locales o medio locales, en la confianza de que con ello dormiré mejor. Si eso no funciona, tal vez pruebe con la homeopatía, pero del rebusco erudito me quito, eso lo tengo claro. Venceré el mono como pueda. No como de eso. Ellos sí, la ministra incluida. Pero las cosas relacionadas con aquella conquista y ocupación militar nada pacífica nunca estuvieron muy claras, y creo recordar que en los testamentos reales se instaba a los sucesores a solucionar la cuestión navarra. Pero ya digo, esto igual son recuerdos vagos, zaborras que me quedaron de las clases magistrales de un profesor de historia del derecho a quien recuerdo con asco, cuando estuvo así como de moda sostener que el reino era tan diferente que su conquista había sido abusiva; moda que pasó, y tanto que pasó.
Otrosí digo que los delitos que cometa la autoridad policial hay que tratarlos entre algodones. Pase lo que pase son siempre presuntos, por ser autoridad, y así quedan, porque se investigan mucho menos que los que cometen los que no son autoridad o los que ella diga que hemos cometido aunque no hayamos hecho nada, por preguntar, que antes era por chulo. La presunción de inocencia funciona más en un sentido que en otro, y esto los jueces tienen que saberlo. A unos la buena fe e les supone, los otros estamos bajo sospecha. Son las alegrías del Estado de Derecho tan mimado. Los jueces están demasiado cerca de la Policía, o ésta de los jueces, como para que el principio de división de poderes no sea más que un disfraz ya muy usado y muy ajado, un harapo, en esta república de viento. Las denuncias y condenas por desobediencia, resistencia, graves y leves a la autoridad, se disparan. La resistencia a la arbitrariedad policial se paga con multas y condenas, sin defensa posible. Algo sucede y los jueces lo saben. Su pasividad alienta que el Estado de Derecho sea el disfraz del estado de los abusos. Sobre todo en medios callejeros donde, encima, actúan las policías municipales que más cerca estuvieron y deberían estar de la ciudadanía. Pero no, se impone el modelo autoritario de sociedad y de vida, sin protestas, sumiso, obediente, amaestrado, con muchos derechos nominales que se suspenden un día sí y otro también en la calle, que es donde importan.
Otrosí segundo digo, bravo por el fiscal de la Audiencia de Navarra que insta al archivo del sumario de la llamada Memoria Histórica Navarra basándose en que "a falta de autor contra el que continuar el presente procedimiento, no procede sino acordar el sobreseimiento provisional de la causa y el archivo de la misma". Y tiene toda la razón porque los autores de los crímenes y fechorías llevan setenta años en los altares y han tenido más de treinta años para disolverse tranquilamente en humo o en polvo o en olor de santidad, sin que la magistratura dijese esta boca es mía, cosa que no estaría de más examinar.