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Cuestión de olores

CUESTIÓN de olores, o de tufos o del perfume de la época. Y es que el dinero no huele, los pelucos que se regalan entre ellos porque les sale de los huevos, tampoco, como sus trajes, o sus bolsos de marca y otros complementos que adornan ya las páginas de las diligencias judiciales inacabables, enrevesadas, retorcidas con el fin de que den en nada o en poco? Pero el aire sí acaba oliendo, porque la Barberá dijo (o parece que dijo) que olía a marihuana en el aire del 15-M y sus indignados.

Es posible, quién sabe, no estábamos allí, pero también es más que posible que a la Barberá el potente olor de la maría sea precisamente el que le impide percibir el olor a mierda que exhalan sus compañeros de partido imputados, notorios encubridores, investigados por casos indecentes de corrupción política, pendientes, siempre pendientes, de diversas jugadas procesales y judiciales para poder ser de verdad juzgados o exculpados por la gatera. Mientras tanto ofician de demócratas. Lo ponen fácil.

Pero el intento de desacreditar de la manera que sea al movimiento de indignados es claro desde hace semanas, desde el día siguiente al que se celebraron las elecciones, el empleo de la fuerza es ya una constante, y la aparición de los violentos también. Lo hacen los políticos en activo y lo hacen sus descarados mamporreros para que los primeros no les quiten las bicocas, los puestos y hasta las columnas de prensa. Cada cual atiende como puede su negocio. Podrían venir tiempos nuevos, y esos tiempos y sus aires pueden barrernos, pueden hacer temblar el tinglado, y eso no. Hay que contentar al amo, lamer la mano que nos da de comer, ladrar para que nos pasen la mano por encima del lomo. Eso viene de muy lejos.

Ha corrido estos días un vídeo asombroso en el que se ve un nutrido grupo de matones a los que se acusa de ser los autores de las provocaciones que necesitó la Policía en Barcelona para cargar de manera contundente contra los indignados, que hasta le quisieron robar el perro a un ciego. Un conseller catalán ha amenazado con querellarse contra la persona que apuntó que podrían tratarse de policías encargados de reventar actos pacíficos. En lugar de investigar y reunir pruebas de esa infamia, querellarse, esto es, buscar el amparo del sistema sobre seguro y por el camino corto. Es muy ilustrativo.

La contundencia policial ha sido muy elogiada por los demócratas de raza que hablaban con boca de lapo (asco notorio) de "los antisistema" (Ramón Jáuregui) o de los terroristas callejeros que atacaban a "los más débiles" (Rosa Díez con desvergüenza), es decir, ellos, los del acta, los privilegios y los sueldazos. Ignoran como pueden que la protesta, una parte de la protesta, va dirigida contra ellos, contra su existencia misma o, dicho de otro modo, más preciso si cabe, contra la casta social, blindada a las contingencias sociales que acechan y aquejan a quienes a ella no pertenecen, que han ido creando entre todos los profesionales de esa cosa nostra más que pública, con independencia de las siglas, no de las ideologías, porque éstas en la práctica se diferencian en el canto de un duro? Es más que posible que no se den por aludidos cuando oyen decir que no hay pan para tanto chorizo. Con lo de hijo de puta pasa lo mismo. Al margen de que sea un insulto decolorado por el uso y por la incorrección política, de serlo, siempre es el otro. Tú y tus secuaces, no, jamás. Como dijo Cela, todo un premio Nobel, el mundo se divide entre amigos e hijos de puta. ¿O no? ¿Ah, que igual no? Ah, pues yo pensaba que si te daban el premio Nobel lo que decías iba a misa.

Item más, y siguiendo con los olores, malos. También olía mal el intento de desacreditar a Jorge Semprún en su fallecimiento acusándolo de kapo cómplice con los nazis en el campo de exterminio de Buchenwald. ¿Pruebas? Ninguna. Ni documentales ni testificales. Rumores y testimonios que en realidad no aparecen y, cuando se encuentran, no dicen lo que dicen que dicen. No cuenta la verdad de una vida, cuenta lo que se escriba sobre ella, el crédito que se conceda a quien lo escribe, el aplauso de los incondicionales que hace de la mentira, verdad.

Y por no salir de tufos. Indefinible, aunque cuartelero, el que llega desde ese Gobierno de Navarra que no le permite al cineasta vizcaíno Olea exhibir, a efectos cinematográficos, la bandera tricolor de la República española en todos los lugares previstos del rodaje que fueron escenarios históricos. Le dejan en el Ayuntamiento, pero no en la sede de gobierno ni en otras dependencias oficiales que contaron en lo que Olea llama La conspiración, pero que en la práctica fue una limpia y una purga social minuciosas. Nadie se ha sentido obligado de la manera que sea a dar explicación alguna. ¿El motivo? Pues hay muchos. Tal vez lo que quiere rodar Olea no cuenta con el beneplácito del Gobierno violentamente conservador de Navarra ni de sus consejeros áulicos en materia histórica, una suerte de navarros de talonario que han descubierto lo navarros que son o pueden ser a golpe de talonario. Hablar de historiadores mercenarios es una fineza. Tal vez suceda que esa tierra de las espadas en alto (¿y cuál no lo es a estas alturas?), también lo es de las banderas en alto, y donde no solo el volverán banderas victoriosas es algo más que el verso de un himno que mete miedo, sino que las banderas no son en modo alguno historia o algo del pasado: significan lo mismo que hace 75 años. Con todo, es un enigma porqué dejan ponerla en un edificio donde una sucesión de corporaciones se ha venido negando a hacer un homenaje a los concejales y funcionarios que fueron fusilados en 1936, y niegan ese permiso en otros lugares que fueron escenarios de diversos hechos históricos. Tal vez Olea sepa cosas que los demás ignoramos.

El camino de las subvenciones para películas y documentales es tortuoso, complicado, arbitrario, caprichoso y puedes quedarte sin un trabajo o una ayuda de la noche a la mañana, como bien saben los consejeros áulicos del Gobierno y de las televisiones autonómicas que dicen éste sí o éste no. El tufo de las trastiendas, los pozos negros y las covachuelas, ahoga.