no tengo la menor idea de si es bueno o malo el adelanto de las elecciones generales anunciado por el presidente de gobierno. Y como soy lego en la materia no entiendo en qué medida eso puede afectar (para mejorarla) a la desastrosa situación económica que el país padece en su día a día, al margen de quienes detentan cargos, carguetes y carguillos que han caído en la pedrea de las últimas elecciones automáticas (lo digo porque para muchos estas equivalen a un cajero del que sacar sin límite).

Si hago caso a lo dicho por alguno de estos bandarras de la derecha, el país necesita una remoción, una renovación, un revulsivo que, claro está, solo son capaces de llevar a cabo ellos. Se sienten llamados al cambio, casi por inspiración divina, por mandato milenarista, por Dieu-le-veult, como cruzados de marca, que es un bonito disfraz para enmascarar la ambición de hacerse con la gerencia de la empresa, del negocio, de la corporación opaca en la que se ha ido convirtiendo el gobierno del Estado. El milagro es cosa suya. La vuelta al aznarato un regreso a la tierra prometida.

Hay quien ve ese ganar las elecciones, desde la derecha insisto, como una especie de manto divino que arreglaría las cosas, que es mucho arreglar. Por ejemplo, en Valencia, con ese manto divino en forma de urnas y millones en propaganda electoral que harán de oro a más de uno, o a los de siempre, quedaría como una balsa de aceite el mundo de los trajes, los pelucos, los papas, los bolsos de la Barberá, los bólidos, los balandros y con Franco de alcalde vitalicio, a quien con ley de memoria histórica o sin ella no le quitan el cargo porque se ha muerto. Levante en manos de esta gente es un país muy raro. Por poner otro ejemplo, mientras la alcaldesa de Valencia olía la marihuana de los indignados y no la mierda de la corrupción de corte y confección, para la que haría falta algo más que Hermés de mantero; otra alcaldesa, de Elche esta, vio, como solo son capaces de ver las profesionales de la videncia (metempsicóticas diría el maestro del Palmar de Itzea), a un nutrido grupo de etarras entre los indignados que solo le decían lo que se les dice a esta gente, choriza, por rodearse de matones a sueldo y poner a una pariente de asesora de inmigración con uno 3.000 euritos de sueldo mensual. Aquí, si dices que viven de mangarla eres de la ETA. Solo que esto no es ninguna broma y ya hace años que cualquier crítica radical, cualquier disidencia o rebeldía, por mínima o convencional que esta sea, se reputa cosa del terrorismo y de aquella izquierda abertzale cómplice de este, y a ella adscrita.

Sin contar con que de ganar la derecha (¿y qué es a estas alturas el partido socialista?) iba a haber arreglos de cuentas, cuando menos administrativas o burocráticas, y desde luego se iban a acabar como por ensalmo los problemas de corrupción, me refiero a los que genera esta en los tribunales y comisarías. El advenimiento del reino de la presunción de inocencia: paz eterna.

Y a propósito de mantos divinos y de milagros. Supongo que para quien está convencido de que el lugar y el papel de la iglesia, a la católica me refiero (las otras a sus bajeras), está en las trastiendas del poder político, es una buena noticia no el adelanto de las elecciones, sino el que la derecha eterna de por ganadas estas, y por goleada además. Se iban a acabar las mínimas cortapisas que a sus abusos han venido poniendo los socialistas; basta de eutanasia y aborto, como mínimo, y a la tímida laicidad le iba a suceder una confesionalidad de facto porque esta se está convirtiendo cada vez más en una dura ideología política o cuando menos en un componente nada despreciable de la ideología de la derecha más conservadora, que sin creencias religiosas de aparato no parece saber por donde tirar. Detrás de lo sucedido en Noruega y de los comentarios que ha suscitado la matanza, sobre el avance del islamismo y el peligro del anti islamismo que de manera absolutamente hipócrita y mendaz se atribuye en exclusiva a la extrema derecha, asoma aquella vieja idea que abanderaba Adenauer, la de una Europa cristiana, fuerte, sólida en sus principios que de ese modo hacía frente a las amenazas del Este o del mundo islámico. Y más que el Partido como una Iglesia, veríamos a la Iglesia como un Partido. La revisión cada día más necesaria del Concordato iba a posponerse quien sabe si para siempre (o casi) y la inmatriculación registral de los bienes comunales a nombre de la Iglesia, iba a seguir su ritmo imparable. Tiene gracia como los medios de comunicación estatales le han prestado de pronto atención a una lucha vecinal que en su momento no contaba más que con un eco precario o con ninguno. Era cosa de la izquierda abertzale, dijo, dijo, vaya que si dijo un portavoz del obispado, pidiendo con ello el linchamiento mediático y la desautorización social.

¿Y que tiene que ver esto con el adelanto de las elecciones? Nada. Son meras conjeturas, derivas, porque si digo que me importan un carajo y que al frente del colosal negocio van a seguir los mismos o poco menos, me la cargo y me hacen fascista. Si pienso en el caso que he prestado a lo sucedido en Madrid en esta última legislatura me doy cuenta de que no recuerdo nada que emocione o que me haya afectado de alguna manera. Egoísmo sin duda, pero no muy distinto al que gastan todos los gorrones que se apalancan en Bruselas.

No sé por qué, pero este asunto de las relaciones Iglesia-Estado me ha recordado el famoso cuadro del modernista catalán Ramón Casas en el que se ve a dos ciclistas montados en un tándem: el propio autor y su amigo Pere Romeu. Aquí haría falta un tándem triple, de verdad circense. Y que en vez de que fuese solo un de ellos quien se fumara un puro, fueran los tres ciclistas fumándose un habano: a fin de cuentas están al aire libre y no infringen noma alguna.

Porque para quienes ven esas relaciones como un tándem ciclista, en el que alegremente pedaleen de por vida el poder político y la magistratura, que es como el público de este circo de cochambre los va viendo, las elecciones son una oportunidad de oro de hacer realidad viejos sueños, aunque hiciese falta un tándem para tres ciclistas, más circense que otra cosa, cosa nada rara porque en una parada bufa estamos.