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'Indignados' frente a privilegiados

estaba cantado lo que iba a suceder con los indignados. No hacía falta mucho esfuerzo de imaginación para saber que tarde o temprano habría enfrentamientos más o menos violentos con las fuerzas de orden público (famosas). Y estoy muy lejos de complacerme en ello. La tolerancia ha durado demasiado. Sería de ilusos pensar que a origen, en los alrededores de las elecciones automáticas, esa tolerancia tenía otro sentido que el de no comprometer éstas tomando medidas impopulares frente a un movimiento que resultaba más o menos simpático y que, según las encuestas, gozaba de una amplia aceptación ciudadana por el fondo y por la forma. Sin contar con que las movilizaciones de protesta eran demasiado amplias como para disolverlas con los métodos habituales sin correr el riesgo de daños colaterales.

Y si hablo de elecciones automáticas es porque para muchos de estos privilegiados, el acta obtenida mediante las urnas, quién lo duda, equivale a un cajero del que sacar sin límite.

Ahora toca que las cosas vuelvan a su sitio y que incluso el diálogo dichoso discurra no por la calle o en las plazas públicas, sino por los cauces reglamentarios, cuando hace tiempo que esos cauces, de haber existido alguna vez, dejaron de funcionar. Los privilegiados del sistema no quieren diálogo con quienes están al margen de su sistema de privilegios, no lo necesitan para nada. Ese diálogo, basado en propuestas que ponen en entredicho su sistema, no es bienvenido. Ni siquiera la expresión de esas propuestas algo más que opositoras es tolerable. No pueden serlo.

El movimiento de indignados, aunque dirija sus propuestas al corazón del sistema, pretende la modificación de éste, no su subversión. ¿Cómo va a ser bienvenido un movi- miento que propone un sistema distinto de elecciones que hace peligrar muchos de los sillones ocupados? Imposible. Ya se han encargado los medios de comunicación afines al régimen (o al sistema actual que es lo mismo) de desautorizar, calumniar, desprestigiar a ese movimiento casi sin cabezas, pero con unas propuestas bien claras, como por ejemplo esa voluntad de "no pactar con los partidos políticos", es decir, de no dejarse manipular o utilizar por éstos. Por eso el candidato Rubalcaba, a la caza de los votos movimientistas, pinta un autorretrato de fullero de feria o de trampero astuto por furtivo. "Lograr una reforma profunda del sistema electoral en orden a la consecución de una democracia directa y real"... De carcajada. "Propiciar una legislación que castigue la corrupción y que favorezca la trasparencia política"... Ah, no, eh, sin bromas, que igual llaman a los matones de seguridad. Qué diálogo vas a mantener con quien trabaja como lo hace la urraca para conseguir una tupida maraña de relaciones que le permita colocarse a sí mismo y a sus hijos, deudos, en Madrid, en Bruselas o en donde haga falta, y si puede ser de por vida, mejor que mejor... No vayas a soplar la cabaña de los tres cerditos que están construyendo una elite impune, invulnerable, a salvo de cualquier naufragio social, empezando por el propio. Sobre las cuestiones concretas de educación, ecología, previsión social, equilibrio económico, igualdad de género, no sé si hay mucho que decir porque me temo que éstas son consideradas de inmediato utópicas y comprometidas, antisistema y totalitarias. La sensatez no está con los indignados. La sensatez, la prudencia, es patrimonio de los privilegiados porque tienen el mando.

Lo de menos es intentar arrinconar al movimiento de indignados en un lugar urbano donde no molesten o solo sean una atracción veraniega, turística, que permita la obtención de fotografías curiosas o impactantes, porque sin fotografías impactantes ya no hay vida, o ésta tiene un interés menos que relativo. De lo que se trata ahora es de aprovechar el descenso de la convocatoria para barrer a los indignados del paisaje urbano, y que éste recupere su rostro habitual de parque de atracciones. Los guiños de Rubalcaba para atraerse ese voto callejero resultan patéticos.

El momento ya no es aquél del que surgió el 15M, ahora se avecinan unas elecciones generales en las que los mismos intentarán hacerse con el mismo negocio para continuar su explotación con los métodos tradicionales, tal vez porque esa corporación no admite a estas alturas otras formas de aprovechamiento (intenso). Para muestra un botón: ni gobierno ni oposición, ni mucho menos algún privilegiado aislado, han sido capaces de arbitrar o proponer medidas siquiera paliativas para amortiguar el duro impacto de la ejecución de créditos hipotecarios, o detener la extensión cada vez mayor de una exclusión social basada no ya en la desposesión total, sino en la precariedad. Si rebuscásemos en las hemerotecas, encontraríamos la asombrosa noticia en la que Zapatero decía que iba a conseguir, o cuando menos buscar, una moratoria para las acuciantes ejecuciones hipotecarias que están produciendo desahucios y dramas familiares. Se dio cuenta de que esa moratoria no bastaba o de que la banca se le iba a poner enfrente. Sin contar con que esa misma banca culpa a los hipotecados por su desmedida codicia a la hora de contratar unos servicios para adquirir, de manera inducida, determinados bienes: sin hipotecados no había negocio del hormigón ni beneficios bancarios en los días de gloria financiera. La gran banca es la dueña del país, de éste y de otros. No necesita acta de diputado para gobernar; las corporaciones tampoco. Los métodos tradicionales de hacer política son deudores y servidores efectivos de ese sector opaco de la población, más privilegiado que los mismos políticos profesionales, que se mueve por encima de las leyes y con la connivencia de la administración de justicia.O así lo vemos al menos. La suerte procesal del amo del imperio Santander resulta llamativa.

A la calle que ya es hora, cierto, pero mucha calle va a hacer falta para hacer frente a una sociedad que se va configurando cada vez de más decidida manera como estamental y jerárquica, algo que solo se sostiene con un máximo de autoridad y de adormecimiento social.