Levantamientos sociales
Hace unos días, un alto funcionario del Banco Central Europeo (cargo político que le facilitó el PP), respondía a una pregunta de un periodista diciendo que resultaba extraño que un país con una tasa de paro del 22% (sic) no estuviera levantado socialmente. Se refería, claro está, a una situación que sería calificada de inmediato de revuelta social, de motín o de violencia callejera generalizada como la vivida en Grecia. El funcionario del PP bancario tendrá razones para decir tal cosa, no ya por lo vivido, sino por lo que nos va a tocar vivir (dicen ya, aseguran, amenazan) en un futuro inmediato, pero sospecho que si lo dice es porque sabe que, pase lo que pase, no va a pasar nada, y que él forma parte de los que manejan cifras policiales suficientes como para controlar una previsible (para ellos) situación de arrebatada o fría cólera social.
¿A qué puede conducir un levantamiento social generalizado, o cuando menos basado en ese 22% de parados? A nada, a palos, a más policía, a más condenas y más desdicha. A estas alturas, el sistema financiero y el político a él deudor no se arredran por tan poco.
No hace falta disfrazarse de profeta apocalíptico o de vidente ful de futuros negros: basta mirar a la gente que más cerca tenemos. Más claro imposible.
Es en ese contexto en el que hay que ver no ya el atraco a mano armada cometido por una mujer en una entidad bancaria de barrio, no solo éste, sino los comentarios a la noticia porque reflejan una especie de apoyo afectivo en el que se compara al atracador con el político que llena con desfachatez las alforjas y miente y empuja y abusa de su cargo porque dice que los votos le permiten hacer lo que le da gana y porque, aunque no lo diga, carece de esas elementales reglas éticas que le permitirían ver que eso que hace es desvergonzado. Se ve que la gente comprende que una mujer agarre una pistola (al parecer simulada), entre en un banco y se lleve lo que pueda, porque dice que otros lo hacen sin necesidad de recurrir a armas y antifaces, aunque a golfos apandadores no hay quien los gane. A una parte del público (gente) le resulta asombroso que eso no se produzca ya más a menudo.
Pero volvamos al funcionario de los levantamientos sociales. El periodista le repregunta si la calma que reina sobre el famoso barril de pólvora sobre el que está sentada una gran mayoría no se deberá al volumen de la economía sumergida que hace de colchón.
El funcionario admite esa hipótesis, pero dice que los recursos del Estado del bienestar y la cohesión familiar (oh, la familia, la familia, y las famiglie, sobre todo éstas, pero de hampones sin tacha, de mafiosos que manejan los votos como si fueran luparas) son todavía un eficaz sostén del sistema.
Lo cierto es que la economía sumergida, la de los negocios que no cotizan, goza de una salud envidiable. Tanta salud que si bien la mayor oferta de los comercios de los chinos es de maletas y maletones, porque huelen que hay fuga de inmigrantes (y puede haber estampida), la cifra de remesas que éstos envían a sus lugares de origen no deja de aumentar. Asombroso.
Esa extrañeza del financiero la siente otra gente que no es alta funcionaria de ninguna institución financiera, pero no la siente en absoluto quien tiene el riñón cubierto y, desde esa posición de columnista de lujo o de conferenciante ídem, tacha con desprecio de apocalípticos a quienes se empeñan en denunciar (mira que es manía) este estado de cosas de descalabro continuo que nos afecta si no a todos, sí más a unos que a otros. No, cierto, es posible que mientras ellos cobren y estén blindados, la situación no esté tan mal y no haya de qué quejarse. Cada cual ve las cosas como puede y como le conviene, a su medida. Es vano repetir que se ve de muy distinta manera dependiendo de cómo tengas la bolsa.
Ayer mismo leíamos que la Asociación de Afectados por Embargos y Subastas (Afes) calcula que en 2015 se habrán ejecutado más de 700.000 desahucios de los cuatro millones de hipotecas firmadas entre 2004 y 2008, los años de la gran farra inmobiliaria española.
Las cifras cantan: 170.627 desahucios ya producidos y 168.603 viviendas en ejecución hipotecaria. En los próximos dos años caerán 400.000 más.
El otro día también pudimos leer que solo en Navarra hay 7.000 familias en paro que no cobran ingreso alguno. Y la sangre nunca llega al río, la sangre ya no llegará jamás al río, ya no, para qué, el sistema es sólido para aguantar no las embestidas de los más favorecidos, sino los terremotos que vienen de fuera.
¿Me importó el juego de trileros que se trajeron Rajoy y Rubalcaba? No, porque como espectáculo me pareció penoso, y como comedia gastada, aburrida. Me puede interesar lo que hagan o dejen de hacer los políticos en mi mundo más inmediato, pero no, o no lo suficiente, como para asistir a las pamemas y las fintas verbales de esa pareja de sandiosicos que pugnan por repartirse el pastel nacional, por dirigir el negocio a gran escala, por quitarle en compañía y sobre todo a la cabeza de su aparato, que es mucho.
¿Depende la reforma laboral de la voluntad e intención de los candidatos o de fuerzas económicas transnacionales? ¿Hasta qué punto uno y otro tienen las manos atadas en todas las decisiones de consecuencias económicas que podrían paliar esta situación? ¿Tiene alguno de los dos la varita mágica para impedir la recesión y crear puestos de trabajo reales, no coyunturales? ¿No? Pues entonces.
Así las cosas, bastante tengo con interesarme por los empujones y trapacerías de los políticos del mundo más inmediato en el que vivo, que es donde se toman las decisiones que raras veces nos facilitan la vida y más a menudo nos la complican en su día a día. Hacerlo con los de lejos sería pedir demasiado o llevar el juego de las quinielas políticas demasiado lejos. Venimos toreaos... y nos torearán de nuevo, casi sin remedio, lo saben, ensogaos, como mínimo. Por eso se asombraba tanto el del Banco Central Europeo, en falso, en su comedia. El del banco ése... sabe, sabe.