1512, desde Bolivia
Ya va tocando mentarlo. Al apocalipsis me refiero y al fin del mundo, el que los charlatanes anuncian en la antigua plaza de Armas de Cochabamba, entre otros lugares, pero al que no son ajenas las páginas de los periódicos más sesudos, El País y este, por ejemplo: Nostradamus, los mayas, los cucos, los que no dan una puntada sin hilo, el 666/USA... Apocalipsis now. Viene, ya está aquí.
"¡A follar que se acaba el mundo!", se gritaba entonces, allá lejos, en otro tiempo, cuando éramos jóvenes. Y no sucedía ni lo uno ni lo otro.
Apocalipsis aquí y ahora, pero de bolsillo. A cada cual el suyo... y no lo mentes, que el chulo te llamará con desdén "apocalíptico". Su cuenta corriente está más llena que la tuya, eso seguro, tendrá sillón académico, tribuna de lujo, tal vez matones, y pase lo que pase a él ya no le podrá pasar nada. Ni a él ni a sus hijos, si ha conseguido apalancarnos en alguna institución oficial. Esa gente ve las cosas de una manera muy distinta a como tú puedes verlas: con coche oficial o al volante de un Jaguar las cosas se ven de manera muy distinta. Y dependiendo de en qué ciudad y en qué barrio vivas, lo mismo.
Cuentan que Lord Byron se fue a Grecia harto de pleitos y de querellas, pero era Lord Byron y nosotros, es decir, yo, y tal vez también tú o usted que me lee, pero queda mal decirlo, no somos lord Byron, aunque estemos algo más que hartos de querellas sobre todo y de las noticias de la podre nacional, y vayamos entonando el poema de José Agustín Goytisolo cantado por Paco Ibáñez: Érase una vez un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado, porque en el mundo al revés estamos.
Apocalipsis, ahora. Lo dice la sabiduría popular que suele ser (o era) rural: "viene uno cansao del campo y p'a hostias estás". Y es que estamos muy cansados, muy derrotados también.
A estas horas, en Amaiur habrán comenzado a conmemorar la desdichada conquista (pero feliz para quien se aprovechó de ella entonces y ahora) a sangre y fuego del reino de Navarra, Viejo Reyno durante años, ese que, depende de quien lo cuente, fue incorporado de igual a igual a la corona de Castilla y recibió a cambio más beneficios que desventajas. Mentira o más cómoda y resultona ficción que otra cosa, o pamema. La Historia siempre al servicio del presente y de quien paga, sobre todo, de quien paga. La Historia se reinventa, se reescribe, se acomoda a lo que nos gusta y se borra lo que molesta y estropea el paisaje.
Todo fue feliz: no hubo ni muertos, ni ejecutados, ni bienes confiscados, ni casas derruidas, ni exiliados a tierras de Arberua, u otras, qué más da. Hubo fiesta y una nueva vida.
Ahora, esa celebración akukusumuxada es un campo de batalla con trincheras enfrentadas e irreconciliables, populares y modestas unas, pagadas con dinero público otras. Y es mejor no olvidar que hay mucha gente a la que el asunto ni le va ni le viene, que no quiere saber nada de historias antiguas, viejas de quinientos años (¿sólo?, ¿tanto?) y que por eso prefiere alinearse con quien gobierna y paga, que es una forma de no equivocarse jamás y de no acarrearse males suplementarios.
Es decir, que la de 1512 es una festividad pagada, generosamente, en parte con dinero de quien no quiere celebrarla. Es lo que tiene la democracia. Y ajo y agua, y calle, porque no queda otra.
Cuando esto se publiqué estaré en un lugar que también fue conquistado a sangre y fuego por los castellanos y los extremeños, y aluego por los vascongados, que no los dejaron atrás en crueldad y barbarie, nunca, porque acabaron haciéndose los amos de las minas, las haciendas, las riquezas, hasta hace nada. Y por eso, los otros, más aventureros, más conquistadores de capa y espada (dicen los historiadores que se han quemado las pestañas en los archivos), que se resistían a quedarse sin una parte del pastel de plata, que veían con malos ojos que aquella gente se quedara con los puestos, los suministros y encima hablara en la lengua suya, se amotinaron y provocaron la guerra civil entre Vicuñas y Vascongados (Potosí 1600): la monja Alférez (guipuzcoana) de por medio contra el amotinado Alonzo de Ibáñez en Potosí, colgado en la plaza del Khatu o del carbón o de me da igual porque ya no existe. Jose Mari Esparza escribió una novela amena y bien documentada sobre aquellos días de pólvora, espadas, plata y azogue.
Esto pasó cuando Bolivia era el Alto Perú, porque los antepasados de Bolívar no habían salido de Errementerikea, el caserío de Cenarruz de donde eran originarios (leyendas para todos los gustos, hoy que es día de mercado en Cochabamba y se venden sueños y realidades comestibles, apetitosas), y en vez de tambores y timbales, escuchamos huaynos o yaravíes, el mejor acompañamiento para tristear un rato, que nunca está de más. Tristear... acarició la palabra Foxá, admirado, que no olvidemos tenía pero que muy buena prosa.
Apocalipsis, conquistas, reconquistas, historia.
Anda, ven a contarles a los de la quena hecha con una tibia humana, que también fuisteis conquistados o expulsados u obligados a convertiros a una religión que no era la vuestra y a cambiar de nombre, por unos, por otros, por los de más allá, y a olvidar y a contaros vuestra propia historia de la manera que ordenara quien detentaba el poder de las armas. Anda, ven y cuéntalo, que algunos, debajo de su sombrero y de su chullo de colores, igual ni te entienden lo que les cuentas, porque no saben castellano, y si lo entienden y lo hablan, te contarán de otras barbaries, de otras historias mendaces escritas en beneficio del vencedor. Vencedores y vencidos. Pobres y ricos. El sonido que sale de las flautas respectivas es muy distinto.
Los soldados norteamericanos se mean en los cadáveres de los vencidos y quien tiene su mando recibe el premio Nobel de la Paz al mismo tiempo que dirige prisiones fuera de todo sistema legal. La Historia, sus trastiendas y desvanes, está llena de gestos despiadados con los vencidos, ya fuera con los muertos o con los que quedaban vivos. La Historia, una pesadilla de la que conviene despertar porque, encima, cocea. Lo dice Joyce, en Ulises.