Comentarios a destiempo
Llego tarde a las noticias y acontecimientos de la semana, ya lo sé, y lo hago desde lejos. Mentira, con Internet sigues erre que erre en la adicción a los negocios de tu tierra, no hay forma de desengancharse. Cuando no es el guaifai que le dicen acá, son las cadenas de televisión por satélite. Y un día es una cosa y otro, otra.
Así supe que enterraron a Fraga con todos los honores, presentes y futuros. Nada o muy poco hay que añadir a lo ya dicho. Se fue absuelto por la historia, a la escrita por los suyos me refiero, y convertido en el hacedor de la Transición (según decía un periódico boliviano en primera plana), en un símbolo de la democracia, él, que tanto hizo por ella, como ministro de Franco y como continuador del general, cuando la calle fue suya y, más tarde, alentando un modelo autoritario de hacer política mucho más que mero conservadurismo. Ha subido a los altares en olor de santidad democrática.
Fraga, Bolivia, Argentina... mercenarios, paramilitares que actuaron impunemente codo con codo con la Policía y los servicios secretos españoles que él dirigió, conviene recordarlo, antes de que todos esos episodios siniestros se desvanezcan como si nunca hubiesen ocurrido, entre humo de incienso, gaitas y velones de aparato. Fraga ha subido a los altares como un modelo de hacer política, autoritaria, pero política, que es lo que se lleva, un auténtico signo de distinción. De aquellos democráticos porrazos, de aquellas palizas (las más grandes de la historia, decían sus esbirros) estos trajes, y estas corbatas.
Pero, ¿por qué no recordar que tuvo al infame Almirón, el de la Triple A argentina,como jefe de seguridad personal? Qué más le daba a Fraga abrir la puerta de su casa a un matón de los de López-Rega, amigo de Antonio Cortina, en cuya empresa de seguridad trabajaba. No, claro, no está en al aire del tiempo, en su estilo. Lo pasado, pasado, no vengan a fastidiar con sus murgas anacrónicas. La seguridad, otro mayúsculo negocio de esta gente y una forma de control social en beneficio de una casta. Nunca me he sentido más inseguro que en las cercanías de un matón uniformado.
Fraga, Bolivia..., aquí vino a parar un viejo conocido de aquellos servicios secretos que dirigió y utilizó Manuel Fraga, padre de la democracia española, según se va sabiendo: el italiano Stefano Delle Chiaie, estrecho colaborador de los servicios de inteligencia bolivianos y del grupo paramilitar Los novios de la muerte, organizado por el nazi Klaus Barbie para la narcodictadura de García Meza. En Montejurra estuvo Delle Chiaie, en el Montejurra de Fraga, cuando la calle y el monte y las playas eran suyos, y su policía podía disparar a matar de manera impune -Vitoria- como consta en las pruebas de cargo (grabaciones) que ningún juez de entonces se tomó la molestia de examinar y de valorar como pruebas inculpatorias. Cínico en extremo, aun tuvo la desfachatez de ir a visitar a los heridos al hospital y sacarse fotografías de propaganda política junto a sus camas, como si su salud le importara algo. Si le hubiese importado lo sucedido habría emprendido acciones legales que estaban en su manos contra sus autores, y no lo hizo, y jamás reconoció responsabilidad alguna en aquellos hechos, ni cercana ni lejana, al revés, su actitud fue la muy carpetovetónica del: "¡Sí, qué pasa!". Y eso gusta.
Noticieros, Internet, así es como me entero del linchamiento anunciado en la persona del juez Baltasar Garzón quien, nos guste o no, emprendió acciones judiciales, o cuando menos procesales que otros jueces españoles no hubiesen emprendido jamás porque no está en su guion ni en la ideología que representan. La justicia no es independiente de ninguna ideología. Sostener lo contrario es engañarse. No diré que pruebe de la misma medicina que él administró en algunos casos con largueza, porque de lo que se trata es de un caso de estricta justicia, no de si el mal que pueda padecer compensa lo que juzgamos como errores o actuaciones que no son de nuestro gusto, algo que no parece muy digno, aunque sea muy humano, tal vez demasiado.
Lo que está en juego es un caso de retorcimiento retórico y arbitrario de las supuestas pruebas en contra del juez. Las irregularidades asoman por las esquinas. No se trata de aplicar la ley, sino de escarmentar al juez estrella, al juez que osó tocar lo intocable. Y si para eso se cometen arbitrariedades -¿por qué el juez está procesado y no los fiscales con cuyo apoyo se hicieron las escuchas?-, poco importa. Importa poner al juez en la picota y echarlo de la carrera judicial.
Todo parece indicar que se va a hacer pasar por un triunfo de la ley lo que no es sino el triunfo de los chorizos que se parapetan detrás de unas triquiñuelas legales para impedir que juez alguno llegue al fondo de un asunto en el que está implicado el Partido Popular. Los chorizos convertidos en hombres de ley. Suena a cuento de mundo al revés, pero es una realidad sangrante.
No sé lo que de verdad se oculta detrás de ese procesamiento ni cuál es el nivel de imparcialidad de los jueces que lo juzgan, pero dudo que tenga que ver con la justicia, e incluso con una recta aplicación de la legalidad vigente.
Conviene no olvidar que Rajoy, hoy presidente de Gobierno, puso a Camps públicamente como un modelo político y social: queremos ser como tú. ¡Toma! Francamente, el esperpento nacional suele ir demasiado lejos. Y Rajoy nada dice no porque no sepa que no cabe decir ahora que nada sabían de la espesa trama de corrupción valenciana que pringa a su partido, sino que, como su maestro Fraga, se enroca en las alturas y en la arrogancia de callar y no reconocer lo evidente ni para bien ni para mal. No va con él.
Lo dije al principio: Manuel Fraga es todo un modelo de gobernante a la española. Su herencia política va a durar años. Su testigo lo han recogido los representantes de una sociedad a la que lo autoritario, el orden y demás pamemas le gusta a rabiar. Fraga fue un violento de los despachos. Tenía quien le hiciera los trabajos sucios del abuso de poder. Cuando le preguntaban por temas candentes en los que estaba por fuerza implicado, soltaba bufidos impresentables, desvergonzados y arrogantes que hoy se han convertido en chascarrillos de un anecdotario muy celebrado que, a juicio de quien lo despliega, define una personalidad, un carácter, al margen de que detrás o debajo hubiese muertos: "¡Qué carácter don Manuel!" A lo que podemos responder con un "¡Qué asco!"