Noticias frescas
No sé si Bolivia es un buen o un mal lugar para enterarse de la actualidad española. Te engañas pensando que la distancia te ofrece una perspectiva que te permite examinar los acontecimientos con más frialdad. No es cierto. Las noticias llegan puntuales y, al margen de eso, pocas serán las personas con las que esta semana no haya hablado de dos temas fundamentales: el paro que crece de manera imparable y la calamitosa situación procesal del juez Garzón que, vista desde lejos, se ve como un abuso de difícil justificación. El juez Garzón es alguien en América Latina. Casi diría que goza de un respeto y un prestigio que en su propio país se le ha cicateado.
Al margen de eso, los bolivianos miran la situación española con aprensión, o eso te muestran, no sé si por cortesía, porque a muchos en el fondo no les va nada ni en la situación económica ni en el procesamiento del juez Garzón (tienen sus propios asuntos de memoria histórica pendientes).
Les he escuchado hacer cábalas sobre la pintoresca situación judicial de Urdangarín (tan distinta a la de Garzón), pero más con asombro que otra cosa. La existencia de chorizos en las altas esferas no es aquí ninguna novedad, al revés. Lo que de verdad les inquieta a los bolivianos con los que he conversado es una situación económica que en momentos de bonanza representaba, por las remesas que enviaban los inmigrantes, uno de los tres grandes ingresos del país. Los otros dos son, o eran, el contrabando y el narcotráfico. Esas remesas peligran, y con ellas una parte de la bonanza económica de la Bolivia de Evo Morales, que la tiene.
Pero lo cierto es que no son tantos los inmigrantes bolivianos que regresan ante el negro panorama de paro que se les presenta en España. Por lo que he podido oír, y al margen del trabajo de la economía sumergida, prefieren agotar las últimas posibilidades que les brinda el sistema y mantenerse en vilo con la esperanza de que tal vez mañana el panorama laboral y económico va a cambiar casi por arte de magia y va a haber trabajo, ese que se destruye día a día de manera imparable. La esperanza y el apaño. Resulta difícil renunciar al país de Jauja y a los sueños dorados que lo tuvieron como escenario. Jauja era un espejismo y es mentira que todos seamos responsables de ello, como se dice ahora.
Estos días, por pura casualidad, he escuchado (está en Youtube) unos minutos de un discurso que pronunció el presidente chileno Salvador Allende en la Universidad Autónoma de México. Era el año 1972. Hace cuarenta años. En otra vida, como quien dice, con otros ideales o con los mismos que unos cuantos mantienen en pie. Aquel fue un discurso vibrante, reivindicativo, como ya no se estila porque no está de moda y es de mal gusto (es apocalíptico) tratar de esos asuntos. Resulta grosero, demasiado obvio dicen, y hasta inevitable. Allende habló de manera directa de los temas más importantes de su época y de la nuestra, o mejor, habló de derechos, no de mercancías: el derecho a una vivienda digna, el derecho a una educación de calidad que no suponga una discriminación por razón de las posibilidades económicas, el derecho a una salud que no sea un negocio de modo que la necesaria atención dependa no de la previsión social, sino de los ingresos (algo que se va perfilando cada vez de manera más firme en el horizonte como una amenaza condenada a cumplirse), el derecho irrenunciable a un puesto de trabajo..., y la necesidad de unos profesionales de la cosa pública que piensen en algo más que en enriquecerse en los puestos de gobierno que ocupan cada vez más de espaldas a una sociedad que en buena parte les sostiene. Asuntos de entonces, sí, pero también de ahora. Lamentablemente. Parece como si en lugar de ir hacia adelante fuéramos de manera imparable hacia atrás. Sociedad regresiva la nuestra.
Por lo que respecta al paro, Allende se refería a la América Latina de su época, pero lo que dijo del derecho al trabajo vale para aquí y ahora... Nadie sospechaba que el paro iba a alcanzar las cifras que está alcanzando y que previsiblemente va a alcanzar, con independencia de las mentiras suicidas que con respecto a los asuntos citados nos ofrecen a diario nuestros gobernantes. El trabajo se está destruyendo, no creando. Las privatizaciones son un hecho. Y nadie sospechaba que las cifras de pobreza real y exclusión social pudieran ser las que son hoy día: los invisibles. Demasiados.
También es verdad que pocos serían los que imaginaban que la evolución de nuestra sociedad iba a ir por los temibles derroteros neoliberales que va. Quienes manejan el capital hacen negocios, pero está visto que no crean nada o tan poco que resulta inapreciable. No soy economista y desconozco las posibilidades reales de un cambio económico que, desde luego, es algo más que un asunto de política de partidos.
Y junto a la pésima situación económica del país en el que vivimos, en el banquillo de los acusados está el juez Garzón corriendo el riesgo de perder su carrera judicial por haber intentado sentar en el banquillo de los acusados a unos maleantes que han medrado a la sombra de la política del PP y por haber intentado encerrar en un sumario, solo eso, una época siniestra de nuestra historia reciente: el régimen franquista. Triste es decirlo, pero al menos su procesamiento ha servido para que una gente, los testigos de la defensa, haya podido contar su historia y hacerse oír. Los de esa gente son unos testimonios sobrecogedores que hasta ahora nunca tuvieron como escenario esas salas de audiencia. Una parte de la sociedad, que ha sido y es ajena a esos relatos de nuestra memoria histórica, no ha tenido más remedio que escuchar algunas de las historias que no ha querido escuchar y que ha reputado cosa del pasado y solo eso. No, la crueldad, la injusticia y el dolor es cosa del presente, sigue siendo cosa del presente. Sobre todo cuando no se han tendido los puentes necesarios, ni expresado una verdadera voluntad de reparación, y cuando se ha dado esta, ha sido de manera tan tardía como cicatera, sin un verdadero compromiso frente a aquel régimen y sus consecuencias.
Con Garzón en el banquillo, revestido de su toga o sin ella, el que ha terminado apareciendo en la sala de audiencia es el verdadero acusado, el franquismo, les guste o no a las acusaciones particulares que en el acoso del juez se retratan. El régimen franquista no es cosa del pasado, no es historia y solo eso, como se viene diciendo de manera interesada. La prueba es ese innoble proceso acusatorio del que es víctima el juez Garzón.