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La sentencia y su condena

La sentencia recaída contra el juez Garzón ha sido, creo, la noticia de la semana, pero, por desgracia, es posible que su absolución en el caso de las víctimas del franquismo, por llamarlo de alguna manera, empiece a ser agua pasada. Asunto liquidado y un triunfo para sus muchos enemigos.

Sin contar con que, además, la sentencia tiene mucho de tapabocas para todos los que temían que el juez fuera condenado con una resolución que con seguridad iba a salpicar la credibilidad de una institución de la democracia española, la magistratura, ya demasiado ligada a la vida política, de forma que esta parece estar en sus manos. ¿Qué se esperaban, que lo íbamos a condenar? No, aquí lo tienen, absuelto. Somos tan demócratas como el primero, comprometidos con las libertades y contra los abusos de autoridad, como el mismo juez procesado. Eso sí, si quieren aplaudirle, váyanse a la Argentina. Esa ovación en el Congreso no es cosa nuestra.

Garzón ha sido absuelto del delito de prevaricación, pero la sentencia se ocupa de discutirle la calificación jurídica utilizada, desautorizándosela: aquí no está tipificado ese delito porque nosotros (ellos), y los nuestros (los suyos), hemos hecho todo lo posible para que no se pudiera tipificar lo que en realidad sucedió entonces. Se equivocó Garzón al hablar de crímenes contra la humanidad, y además le asiste la doctrina Botín? ¿Y si no le hubiese asistido la doctrina Botín? Tal vez entonces se hubiese podido discutir el fondo del asunto: abrir las puertas de la justicia a quienes la han tenido cerrada. Pero no, el fondo se queda como hasta ahora.

Los magistrados que han juzgado a Garzón han eludido el inevitable descrédito social y de la opinión pública nacional e internacional (asociaciones de juristas y magistrados que han acudido como observadores), y han aprovechado que el juez ya estaba condenado y ejecutada su sentencia para darle un repaso en el fondo de la cuestión: el franquismo y sus víctimas en cuya protección y amparo el juez se ha excedido, expresión esta junto a muchas otras que restallan en la sentencia como trallazos y que hacen ver que la voluntad de la magistratura española no es ni ha sido nunca proclive a la investigación de los excesos (¿no?) de la Guerra Civil y de la dictadura. Lo suyo es la dilación, la chingana procesal, las idas, las venidas, el texto estricto de la ley cuando conviene al caso, el espíritu cuando no, la espera de que los testigos y todas las víctimas directas fallezcan, como ya advirtieron hace dos años los forenses que se ocupan de la apertura de las fosas. Estoy tentado de escribir que para el fondo del asunto hubiese sido más práctico que condenaran al juez casi por el mismo motivo por el que lo absuelven: porque ya estaba condenado.

Lo sucedido recuerda los procesos contra algunos nazis: hechos de guerra frente a crímenes contra la humanidad. Aquí hasta me parece que se elude hablar de lo primero, como si aquello hubiese sido un fenómeno atmosférico. Pero no sé si la magistratura cuenta con que ha crecido mucho la certeza de que si se hubiese podido investigar, a fondo y en tiempo hábil, las trastiendas del alzamiento militar, se habría podido llegar a la conclusión de que el exterminio del enemigo estaba minuciosamente planeado meses antes del 18/19 de julio de 1936. Las instrucciones llamadas secretas del general Mola no dejan lugar a dudas y hubo un corpus de leyes a cuyo amparo se cometieron toda clase de atropellos contra personas en razón de su ideología. Pero no se pudo llevar a cabo esa investigación. Al revés, se hizo, y lo malo es que se está haciendo todo lo posible para que esa historia y sus trastiendas fueran intocables, sujetas al dictamen de una historia oficial... Lo cierto es que nunca ha habido un gobierno democrático que tuviera la más remota intención de investigar las circunstancias del alzamiento militar y los abusos del franquismo. La Ley de Amnistía encubre crímenes horrendos e impide investigar estos.

Es más, el no remover ha tenido muy serios partidarios y muy autorizados. Y la pimpante acusación de que hablar de fosas, de víctimas, de miles y miles de procesos, militares y no militares, vergonzosos, conlleva azuzar rumores de fronda guerracivilista, es de buen tono, que de eso se trata, de buen y mal tono. Como es de buen tono defender la negativa a revisar el juicio sumarísimo contra los anarquistas Francisco Granados y Joaquín Delgado, manifiestamente inocentes de la comisión de un atentado por el que fueron condenados a muerte y ejecutados en agosto de 1963. El cinismo de la sentencia es encaje de bolillos, pero en cambio resulta muy ilustrativa sobre cuál ha sido la actitud del TS frente a las consecuencias de la Guerra Civil y los crímenes de la dictadura. Aquí no se remueve nada que pueda desautorizar aquel régimen.

Me alegro, claro, de la absolución y de que no se le cause más daño al juez. Los magistrados sabían que en el caso en que Garzón resultara condenado el escandalazo internacional iba a ser mayúsculo. Lo tenían fácil: Garzón ya estaba expulsado en firme de la carrera judicial. Esta es una cómoda sentencia que tal vez piensen que no les deja en mal lugar, que es donde ya estaban, y donde van a seguir. Descrédito de las instituciones por ellas mismas provocado.

Y si la semana comenzó con la sentencia de Garzón, terminaba con dos noticias que ya ni siquiera son inquietantes porque estamos baldados. La cifra de parados se acerca a los cinco millones y se prevén más de seiscientos mil para lo que queda de año. Tengo curiosidad por saber cómo va a sostener este estado de cosas el Gobierno del PP, porque se habla más de destrucción de empleo que de lo contrario, y más de la esgrima política de los líderes europeos que del futuro de esos cinco millones de parados. Iba a seguir con el potaje Urdangarin/infanta Cristina, pero para qué, esperemos a ver si el juez Castro es de la misma opinión que el Partido Popular, que por ser vos quien sois no quiere que se le cite ni como imputada ni como testigo. Por ser vos quien sois... por ese motivo le daban la guita a su consorte. Urdangarin pedía y la gente le daba porque sí, por las buenas, por ser quien era... Hablar de mentalidad servil y lacayuna es poco.