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'Legendario sacerdote'

Canto que a nadie ha de interesar es este/Ahí reside su júbilo/ Ni al predicador inútil y solitario, ni a mí... Mal asunto empezar con estos versos del poeta chileno Guillermo Quiñonez, pero me parecen pertinentes para una época de bandidaje gubernamental, cuando toca hablar de asuntos que no son estrictamente los del día, los que toca, aunque bien es verdad que pasa lo mismo cuando se habla de asuntos de rabiosa actualidad, pero que, vaya por Dios, estropean el paisaje o no son oportunos... No interesan y se pasa página.

Esta semana, aquí, en Bolivia, la noticia más seria, entre un aluvión de disparates, ha sido el fallecimiento de Domitila Barrios Chungara, un mito dentro y fuera de la lucha obrera boliviana, una mujer corajuda, de verbo fácil y preciso, líder de las mujeres mineras de Llallagua/Siglo XX. La suya ha sido una vida de lucha, desde la matanza perpetrada por el Ejército del dictador Barrientos, hasta la huelga de hambre de 1978, decisiva para tumbar al dictador Banzer, en la que participó junto con otros compañeros y compañeras, y los jesuitas Xavier Albó y Lucho Espinal, salvajemente asesinado en marzo de 1980 por paramilitares de la narcodictadura.

Historia boliviana, sí, y lejana, pero detrás de ese personaje, y de otros como ella, hay toda una historia ejemplar de lucha por unos elementales derechos no ya laborales o de bienestar, sino de supervivencia y de justicia, de pura decencia, que queda reflejada en los libros que escribió. Lo han reconocido estos días hasta sus opositores políticos. Tal vez porque la muerte nos hace buenos a todos... No exageremos. Esa es una humorada corta de alcance.

Sus honras fúnebres y entierro han sido oficiales, pomposas, con banderas, medallas y hasta suspensión de bloqueos de carreteras. Un pequeño detalle me llamó la atención. El periódico Página Siete, nada sospechoso de línea progubernamental ni izquierdista (tiene varios de los mejores columnistas bolivianos), decía que en los funerales había participado "el legendario sacerdote" Gregorio Iriarte. Navarro. De Olazagutía. Claro que esto el periódico no lo decía. Para qué. Esto lo decimos nosotros para ver si repicando hay quien acude y se entera, y deja de mirarse en el Nueva York que tienen por ombligo.

Gregorio Iriarte tiene 86 años. Fue a parar de joven a esas minas de estaño de Llallagua/Siglo XX, Uncía, Catavi, las de Patiño, que reunían a miles de mineros con sus familias en condiciones de vida duras. Basta ver hoy las ruinas de sus casas. Iriarte fue a poner en marcha una radio, la Radio Siglo XX, que contrarrestara la evolución ideológica comunista o trotskista de los mineros... La Radio Siglo XX terminó siendo la más firme defensora de los derechos humanos y sociales de los mineros de esa zona y de toda Bolivia. El relato veraz del acercamiento de Iriarte a los más desfavorecidos, a los perseguidos, y de su compromiso radical con ellos tiene tintes de novela, algo que a Gregorio le hace reír a carcajadas. Varios líderes políticos de izquierda le deben la vida porque arriesgó la propia en su defensa. Es muy diferente hablar de justicia desde un periódico protegido por unas leyes, que hacerlo en la calle cuando te pueden matar impunemente por ello. Con esto estaría dicho todo.

Entre tanto, el legendario sacerdote fue escribiendo una obra social de una solidez indiscutible, sosteniendo una labor docente y de conferenciante hasta ahora mismo y de ayuda callada a todos. Su libro Análisis crítico de la realidad, que anda por la 17ª edición, es un clásico. Y tiene muchos más ensayos de temas sociales y de otros que no lo son, pero que bien poco tienen de sermonarios al uso. Libros pacíficos y luminosos, de un hombre que lo es. De ser un agitador, Iriarte lo sería de conciencias. Los suyos son libros muy leídos, esto es, muy comprados, en un país que lee poco y piratea todo lo que puede (demasiado).

Lo visité hace unos días en su residencia de Cochabamba. Y lo encontré alegre, generoso de su tiempo y de sus energías, cuando debería reservarlos para sí. Hablamos de sus temas favoritos: del déficit educacional boliviano, de la baja autoestima de muchas personas y la lucha por conquistarla, de la política gubernamental, del muy irregular reparto de las riquezas, tanto nacionales como particulares, del pasado -él escribió Narcotráfico y política, el libro más contundente (por los datos que da) contra la criminal dictadura de García Meza a comienzos de los ochenta, donde, oh, milagro, aparece Delle Chiaie, el de Montejurra- y del presente de indígenas que apoyan un gobierno con el que se sienten racialmente identificados, pero poco dado a la autocrítica, asunto este que empieza a pesar en el día a día boliviano.

Decir que Gregorio Iriarte es un personaje respetado en Bolivia es decir muy poco. Casi sería mejor decir que es una persona muy querida a la que se la escucha desde todos los ámbitos de la vida boliviana.

Viene todo lo anterior a cuento, no porque el Arga sea afluente esta mañana del Choqueyapu, sino porque no estaría de más que el Gobierno de Navarra se interesara por la personalidad y la obra de ese navarro que lo ha dado todo por los demás, ha puesto en juego su vida y que con sus obras ha ayudado a personas concretas, en lo social, en lo personal y en lo íntimo, más que todos los museos del encierro juntos, incluidos los circuitos de goitiberas rompeculos de precio.

Si alguien merece el Premio Príncipe de Viana, porque reúne méritos sobrados para ello, es Gregorio Iriarte. Como lo pienso y lo siento, lo digo. Claro que poco importa mi opinión mediando en ella admiración y afecto. Pero es que además, Iriarte, por ser el más conocido, representa a muchos otros hombres y mujeres, anónimos y no menos comprometidos con los más desfavorecidos.

En fin, canto que a nadie va a interesar es este... a nadie de los que creo que están obligados a ello, por pura coherencia con sus discursos identitarios de ocasión, es decir, de todas las ocasiones que pueden, venga o no a cuento, sobre todo lo segundo.