Se largó a Brasil. Pero le detuvieron. Luego lo echó todo a perder saliendo en la televisión. Salir en la televisión, según cómo, debería estar más penado que robar 300 millones de un banco. Como hizo El Dioni. Hasta hace poco si reconocías que El Dioni te caía bien te trataban de cabrón. Nada que ver con qué hizo El Dioni con el dinero, que quizá fuera deleznable, sino el acto en sí: robar a un ladrón. No nos confundamos con El Solitario, que tenga o no delitos de sangre tuvo los cojonazos de declararse un expropiador -aspecto que explotó la editorial que publicó su libro como si estuviésemos ante un expropiador, cuando un expropiador es aquel que quita a uno para dar a todos, algo que ni hizo ni al parecer tuvo nunca intención de hacer el tipo este-. El Dioni para eso fue mucho más honesto: lo robé para mí. No digo que sea un acto como para cambiar el mundo, pero al menos fue un acto. Es que llega un momento que hay que actuar. No sé si robar es buena solución, a nivel global, ya que luego ese dinero acaba en otro banco, que lo mismo es Bankia. Y se lo gasta a saber quién y de tu propio bolsillo tienes que limpiarle el culo a ese quien, en aras a salvar "el sistema financiero". Si sacas el dinero de los bancos legalmente -al margen de que igual te cobran comisión, como al cancelar una hipoteca-, pueden acusarte de anarquista, lo que es gravísimo. Si entras para quejarte -como ayer la plataforma contra los desahucios-, te saca la Policía, que tenga o no sus ahorros en ese banco está ahí, se supone, para proteger el orden público. No sé quién fue el cabrón que designó qué es orden y qué es desorden, pero lo único cierto es que yo noto cada vez más cómo me pasan la banda magnética por la raja del culo para exprimirme y se me están poniendo los ojos bizcos como aquel.

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