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'Viva mi dueño'

Es leyenda de cuchillo con alma de víbora y también título de libro grandioso, pura picaresca, esperpento, nacional: Valle Inclán hablando de un pasado que no puede ser más presente. Huele a chamusquina la corte demediada de los Borbones, la camarilla de la Letizia (doña) pugna por emerger a la luz del día, la tapan, hablan a medias, no hablan porque lo que caracteriza a este tiempo es otro título legendario de un libro que nadie lee, para qué: Que nada se sabe. Además, su contenido tiene poco que ver con este no saber nuestro que se refiere a lo que pueda tocarnos de un panorama de fraude institucional, desvergüenza ídem, desahucios trapaceros, miserias que se acumulan como platos sin fregar y navajazos traperos. La picaresca no es un género literario, es una forma de vida española, una seña de identidad.

Viva mi dueño, decía, es leyenda de cuchillo de pícaro o de quien se juega la vida en el tablero callejero, en el barrio chino que tiene toda ciudad y toda época, el de los mangutas, los guapetones, los caballeros de industria y las guindonas... Hace unos días me preguntaron que a qué me recordaba este barullo. Dije (por decir) que a las pinturas expresionistas de Grosz, con sus magistrados, sus banqueros, sus putas, sus militares, sus policías y sus muertos vivos escurriéndose por las esquinas de un tiempo que arde. No hay Grosz, los pintores son cortesanos o aspiran a serlo, de la manera que sea, porque si no, no cobran. Con los escritores de cámara pasa lo mismo. Bacinilleros. Lo que tiene también su grandeza en este espectáculo arrevistado, Viva mi dueño, en el que estamos todos y que acaba con un siniestro Muera tu sueño. El presente mete miedo. Tenemos dueño. Eso se descubre tarde. Es una máquina de calcular, un parpadeo en una bolsa lejana, incomprensible para la inmensa mayoría, un neón salvaje y sin piedad que nos maneja a su antojo, invisible para nosotros y ciego para todo lo que no sean sus ganancias, y entre tanto votamos y nos quedamos con las ganas.

"Llevo trabajando desde los 13 años y como me quiten mi dinero, mato", le dijo una mujer al ministro Montoro, algo que a este le resbaló porque, ¿qué puede importarle a esta gente que un modesto particular pierda sus ahorros en una barraca podrida de ingeniería financiera? Nada. Están a lo suyo. Si ha habido fuga de dinero en Bankia, ya nos enteraremos, o no.

Viva mi dueño y Que nada se sabe... Y ahora menos que nunca. Es inútil llamar a nadie porque nadie está o parece estar en su puesto de trabajo, cuando lo tiene, cuando todavía lo tiene. No hablo de estar ya ocupado, sino de estar a secas para atender ese ya obsoleto: "Oye, ¿qué hay de lo mío?", y todo por no tener el cuajo de decirte: "Mira, maco, de lo tuyo, nada". Las facturas no se pagan porque "es cosa de la subcontrata y, claro, eso no es cosa nuestra, ¿comprendes?". No, qué carajo vas a comprender, o mejor sí, comprendes perfectamente o perfectísimamente que dicen los redichos madrileños y televisados: no pagan. Pero quien no paga cobra, igual cobra para no pagarte, no se sabe. Ese es el asunto, que no sabemos. Tienen que contratar a alguien para decírtelo, alguien masterizado para decir desvergüenzas o amenazarte con llamar al matón de seguridad que esté de guardia, si te pones muy pesado, algo que sucede enseguida, casi en cuanto abres la boca para pedir lo que es tuyo o lo que crees que te corresponde, que no es lo mismo. Se acabaron los paños calientes. Puerta en las narices o matón. No se andan con chiquitas ni con pares ni con juego, sobre todo con juego. No se andan. Ya lo decíamos, nadie ha llegado, todos están reunidos, acaban de irse, los acaban de echar, ya no trabaja aquí, ni aquí ni en ningún lado. País de desaparecidos y de encuevados, de sospechas y de sospechosos, de apestados, como si anduviéramos con campana de leprosos por la calle. Tal vez temen, tememos que nos pidan algo. ¿Qué querrá este, qué querrá? A qué querrá quitarme me refiero. Por si acaso, la mano al bolsillo, a la cartera, como quien echa mano a la pistola. Y si no, a darnos la barrila con la que está cayendo, es decir, a comentar lo que leemos, lo que ya sabemos, bola va, bola viene. Palabras de optimismo ni una, como mucho la burla vitriólica que nos calma y a la vez enciende. Está mal visto el optimismo, mal recibido sobre todo. Es sospechoso. No es lo que se espera. Se espera la hecatombe, o eso parece.

Y por si fuera poco Correos (y telégrafos) funciona de pena porque a nadie le llegan las cartas que se le envían. Nadie, nada, nunca, nueva conjugación del infierno. Una carta, un envío puede comprometernos a hacer o decir algo, mejor darlo por no recibido. Estamos todos muy ocupados en dar de comer a nuestro miedo con bocaditos de delicatessen, de esas que echan el cierre porque no venden lo suficiente. Los nuevos ricos no eran tan ricos. Y los muy ricos, como los chinos que cierran el Todo a cien del pueblo, nos han dejao solos... Malos barómetros.

El otro día pasaron por televisión la película Arcadia, de Costa Gravas, que trata de uno que pierde su empleo y no puede encontrar otro (sobre poco más o menos). En el debate, tres jambetas que no corrían riesgo alguno de perder el puesto de lujo que tenían ni los ingresos que les han reportado los que han tenido hasta ahora, peroraban de muy sesuda manera. Teoría, mucha, fina, de qué va el asunto del miedo, la desesperanza, la desposesión, ni puñetera idea. Llevar a un debate sobre la miseria de nuestra época a gente que lo ha perdido todo es una bomba de relojería, algo incontrolable. No se sabe por dónde puede estallar. Claro que para eso tienen a la Policía que apalea a quien se le antoja. Qué importa que a una detenida le den un guantazo y le partan la cara. Inútil protestar o denunciar. Te arriesgas a que te condenen por desobediencia y resistencia, como a los 550 del 15-M interpelados en las calles de Madrid. Silencio. Silencio. No se rueda, no se habla apenas, solo lo hacen los marginales. Los grandes medios se ocupan apenas de los abusos de autoridad, venimos diciendo en balde. Las protestas están condenadas a terminar mal. Es más fácil que te multen a ti por peguntar -¿se falta por preguntar? Y tanto que se falta-, que el que le pongan en la calle al juez Dívar con sus marbelleces, detrás de las que la gente que no ha estado, que no sabe, se imagina un mundo de langostinos y jamón pata negra gratis, barra libre y hasta que cante el gallo, o de exquisiteces de tablao flamenco para señoritos de San Isidro, patrón de los labradores... Ahora los jueces, unos, andan discutiendo si lo de Dívar son o no usos habituales del sector, de la casta. A veces lees noticias y no das crédito a lo que lees, si hicieras caso a cada línea, a su verdadero sentido, darías en loco.