Discursos, arengas y sermones
Fea actuación la de Felipe de Borbón en Leyre con motivo de la entrega del Premio Príncipe de Viana al pintor Antonio López; fea y triste. Felipe de Borbón tomó partido, aprovechó un discurso protocolario y cultural para hacer política gubernamental, y eso es feo, es triste y es reprobable.
Claro que dependiendo de en qué trinchera estés, lo dicho por Felipe de Borbón no es feo ni triste ni mucho menos reprobable, al revés, es de mucho aplauso y más regocijo. Eso es lo malo, que las suyas no han sido palabras de concordia, sino partidistas a gusto solo de unos, en un lugar donde es más que obvio que hay unos y hay otros, y cada vez más.
Y por si fuera poco la referencia errónea e interesada a la Historia de Navarra, la intervención de Felipe de Borbón tuvo el tono profesoral de quien da una lección, tanto histórica como política, a quienes no piensan como él, y lo hacen con datos históricos en la mano. La tergiversación de los datos históricos fue utilizada para nutrir un vibrante discurso patriótico, político y sesgado.
Tengo serias dudas de que la Corona esté para dar lecciones de historia a los ciudadanos o para decirles cómo es o debe ser su realidad social o política. Si sus representantes tienen que decirnos cómo es la historia que de una manera u otra padecemos a diario, mal vamos. El discurso protocolar de Felipe de Borbón ha sido escrito con la peor intención política. Quien lo hizo sabía lo que se traía entre manos y calculó bien el efecto que iba a tener en la sociedad a la que se le impuso aprovechando un pretexto cultural en el que nadie podía decir esta boca es mía y donde todas las palabras están aprobadas, digamos, por las más altas instancias: allí no se estaba, o se debería haber estado, para hablar de la conquista de Navarra, sino para ponderar los méritos que reúne el pintor Antonio López para recibir el Premio Príncipe de Viana.
Además, estimo que, con su discurso, Felipe de Borbón demostró lo hueca que puede llegar a ser la frase pronunciada por su padre a modo de declaración de principios: "Ser el rey de todos los españoles". Sí, eso, rey, monarca, hasta de los que no te quieren, ni a ti ni al régimen o sistema que representas, y que verían con gusto que se fuera o que sus sucesores accedieran nunca al trono por ausencia de este. Rey, presente o futuro, que conviertes en súbditos por la ley de la fuerza a quienes solo quieren ser ciudadanos, hasta que la muerte de una Constitución ya insuficiente nos separe. Porque de manera inexplicable el verdadero debate sobre el sistema, el debate republicano, está ausente del panorama político español, con borrascas económicas de por medio o sin ellas.
Felipe de Borbón (o quien le escribió el discurso) no se habría atrevido a decir lo mismo o parecido si el premio, en lugar de ser un premio regional, hubiese sido un premio de proyección internacional, como los de Asturias, al alcance de una prensa que no es esta, de la que se ríen con suficiencia, como se ríen y burlan de sus lectores, que pagan tantos impuestos como cualquier otro súbdito.
Pero si lo de Felipe de Borbón tiene tintes reprobables, lo dicho por Barcina los tiene bochornosos al afirmar que Antonio López pintaba la Verdad, como mérito de peso para recibir el premio. Ahí es nada, la Verdad, con mayúscula capitular, para diferenciarla de la verdad a secas, la de la gente de a pie, que no es verdad ni es nada.
Dado que el pintor de Tomelloso se siente muy unido a Navarra (a una Navarra que coincide con aquella en cuyo beneficio habló Felipe de Borbón), cuando leí la noticia pensé que puesto que su arte es realista y minucioso en el detalle (además de grande), Antonio López estaba pintando un retrato de la presidenta del Gobierno de Navarra con un ejemplar de La Verdad, el mítico y legendario periódico del obispado entre las manos, a modo de cetro o de objeto emblemático. Pero no, por lo visto, Barcina se refería a la otra Verdad, a la metafísica, a la suya; si no es así, no se entiende lo que quiso decir o revela que tanto ella como quien le escribió el discurso no saben de qué hablan ni cuando lo hacen de pintura ni de la Verdad dichosa.
Voluntades milenarias en boca de un Borbón, verdades irrefutables (porque si no qué valor tienen) en boca de una arribista de la política regional y milenarismo profético en boca de un presidente de Gobierno hecho Sibila que exclama "¡Pregúntenme a mí!", cuando de la nefasta situación económica española se trata y de decidir qué cifra necesita la banca, tras afirmar unos días antes que no habría rescate, con seriedad y rotundidad propias e estadista consumado. Y hay que preguntarle a él, porque él, que un día dice una cosa y otro, otra, es el que sabe, el único que sabe y lo sabe todo, porque hasta ahora nadie ha salido al tablado a demostrar saber más que él: esta es la argumentación utilizada por el político coceado por la prensa internacional. Y ante este y otros empujones, la ciudadanía, tal y como señaló hace unos días el periodista Gabilondo, permanece aplastada, indiferente, amedrentada, mansa, sobre todo mansa. Juegan con el miedo y manejan sus riendas como maestros de alta escuela de doma.
Miedo y cielos, e infiernos. Esta semana, además de asistir a la absolución de Javier Krahe del delito de "blasfemia" del que se le acusaba (por no ponernos a discutir lo de la "ofensa a los sentimientos religiosos"), hemos asistido a las asombrosas declaraciones de una ministra de Empleo que ha sostenido con desparpajo visionario que la Virgen del Rocío protege y alienta la salida española de la crisis. O sea, que no es la canciller Merkel, sino la Virgen, quien va a darles dinero a quienes ya lo tienen para que con algo de suerte caiga una pedreilla sobre quienes carecen de ingresos suficientes o de empleo. La ministra de Empleo no está sola en esa convicción de que la mística y sobrenatural es la única salida a la falta de trabajo y empleo de los gobernados, pareja a la falta de vergüenza de los gobernantes, los financieros, los magistrados como Dívar y los suyos. No está sola porque el alcalde de Sevilla, a la vista de la asistencia a no sé qué procesión religiosa, ha declarado lo mismo o muy parecido: esta deplorable situación no tiene otro arreglo que las devociones y las rogativas, cuanto más populares, mejor. Otros, en direcciones muy distintas, hace tiempo que han empezado a hacer el bulto y a seguir el consejo de la vieja y cañí exhortación española de los malos tiempos: "¡Vente a Alemania, Pepe!".