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A vueltas con la calorina

Ferragosto nos ha traído incendios forestales y otros desastres, pero como hay vacas, Vuelta, Liga, melocotones y zurracapotes, las dietas millonarias de la Can tampoco han prendido fuego en la rastrojera de la ira social, porque ya no queda pajuela que prender, de modo que cuando nos dicen que los primeros son "incendios topográficos", ponemos cara de entender la melonada y pasamos a otra cosa, y pensamos que el saqueo por lo fino es un imponderable del clima, pedriscos, y para quien recibe las dietas, mucho más que pedreas.

Sirve de muy poco pensar, decir y repicar en las redes sociales que son unos chorizos, sin excepción, ya sean o dejen de ser repugnantes urralburidos o adoben con jerigonza conventual sus justificaciones mediáticas. Se deben de partir el culo de la risa cuando leen esas cosas y piensan en lo que han metido, están metiendo y van a meter en el bolsillo. Lo que serviría es una investigación judicial y política de lo que ha pasado en esa entidad privada repleta de cargos públicos o que lo han sido, y que están ahí por su personalidad política, no porque sepan de economía y banca, que claro que saben, cómo no van a saber, de la misma manera que los del "¡Ábrete Sésamo!" sabían como abrir la cueva de Alí-Babá. La política es un pingüe negocio al que le llaman... No me acuerdo... Ah, sí, vocación de servicio público. Se forran. Las cifras cantan y sobre todo resultan llamativas en una época de paro, cierres, recortes y canalladas. A los que andan a vueltas con la tarjeta sanitaria y están por debajo del salario mínimo, cuando lo tienen, les falta previsión y emprendimiento. Será eso. Los recortes y las apretadas de cinturón no van con quienes pertenecen a esa casta voraz e insaciable, que ha convertido el saqueo en algo legal, tal vez no del todo legítimo y discutible, pero legal. Así que punto en boca. Es el sistema el que está podrido. Esta es una sociedad de castas que utiliza el sistema electoral como vaselina, porque es el mejor. Es el cuento chino que no cesa. No todos estamos en el mismo barco ni mucho menos. Sobre todo en estos días de humo, cohetes, vino y calorina en los que queda muy diluido el asunto de la bajada de salarios y de las perspectivas de trabajo, mientras la certeza del alza de precios no hay quien la borre. No queda otra que la rebelión y encontrar la forma de que esta sea eficaz. Y una certeza, como se dice vulgarmente: "No nos enteramos de las mitades". Y hasta puede ser un alivio. Al final resulta difícil digerir esta basura. Astraga.

Por las redes sociales y a causa no del parasitismo político, sino por servicios de verdad públicos y de interés social, como el que ofreció Wikileaks, hemos podido saber algo de las entrañas del poder que nos gobierna y ahora tenemos la certeza de que huelen a mierda, de que las instituciones del Estado están podridas y de que todo funciona mientras no se descubran las entretelas y admitamos a ciegas las convenciones.

Por descubrir esas entretelas, la urdimbre de esas convenciones, está perseguido Julian Assange, acusado de una forma tan grosera que huele de lejos a montaje. Claro, claro, ¿a quién creer? En el caso en que no tengas confianza alguna en las instituciones, a quien te dé la gana. Si algo hemos aprendido en estos últimos años es que nos mienten con descaro, que juegan con dos barajas, que la burla del poderoso hacia el que tiene el papel de gobernado eterno y al final de siervo, es la auténtica regla del juego. Vencedores y vencidos, ganadores y perdedores... y mucha farfolla de ocasión.

Me creo la versión de Assange, porque, de lejos, me parece el más limpio de los guapetones que corretean por el tablado, y porque pretenden juzgarlo no por hechos delictivos reales, sino por hacer pública una información que no afecta a la seguridad nacional, sino a la dignidad individual de los ciudadanos, a la credibilidad que merecen las instituciones que nos gobiernan, aquí, allí y en todos lados, al respeto que les merecemos a quienes nos gobiernan y apalean cuando abrimos la boca y según ellos nos pasamos: ninguno.

Hace santamente el gobierno ecuatoriano en otorgar asilo diplomático a Julian Assange, fundador de Wikileaks, por dos razones. Una, en sí misma, por poner freno a la pretensión de una farsa judicial, adornada con solemnidades jurídicas y grandes declaraciones de principios, que encubre una operación de castigo contra un rebelde al sistema. Otra, porque esa decisión supone una respuesta soberana a la insólita amenaza británica de asaltar la embajada ecuatoriana en Londres. Lo dijo bien claro el canciller ecuatoriano: los tiempos de colonialismo se acabaron. Ay, pero el canciller estaba en parte equivocado. El colonialismo de película de casacas rojas y ventiladores movidos con el dedo gordo del pie, tiene muchas máscaras y la soberanía nacional muchos parásitos de vasallaje político y económico. Y si no que se lo pregunten a Rajoy, a quien solo le falta vestirse de ayuda de cámara. Hay países de primera y otros de cuarta, y la amenaza británica lo confirma y aclara cuál es la actitud de un país fuerte, poderoso, hacia Latinoamérica.

Fuerza militar y poder económico. Ese es el secreto de que en Sudáfrica puedan cometer una matanza como la de los mineros de estos días, tan parecida en las formas a la que se cometió en 1976, en Soweto. No importa que el número de muertos no sea el mismo, con uno solo hubiese bastado, basta. Ahora son más de treinta, sin contar los que han desaparecido en el camino y los heridos. Solo un poder sólido puede transformar una matanza en acto legítimo de la llamada violencia de Estado. Mañana será ya papel mojado y las víctimas y sus familiares se lamerán las heridas como puedan, y tal vez reclamen y la burocracia será el cemento armado con el que se levantará el muro infranqueable de la falsa justicia y la impunidad disfrazadas de causas legítimas. En los meandros de la ley y en la pereza y la desidia minuciosa detallista (parece una contradicción pero es un truco) que por tradición les acomete a los jueces encargados de actuar contra los siempre leales servidores del Estado, la justicia se diluye y aparece la impunidad disfrazada de casuística, de atenuantes, de eximentes, de penas leves, de absoluciones por la gatera... Viejo, viejo, asunto viejo. Los ejemplos sobran, de Derry a Soweto hay todo un rosario pesado de misterios violentos y de verdugos impunes, pero no lejos, sino cerca, cerca.