la respuesta del Gobierno al varapalo por el descontrol de Sanidad es una nueva quema de libros para desviar la atención. Veintidós, dicen, que contienen ikurriñas o mapas de Euskal Herria. Otra vez más habrá que rearmarse de paciencia y volver a explicar eso de que el mapa de los dialectos de Bonaparte de 1869, por ejemplo, no refleja ni pretende reflejar una “realidad institucional”, sino que muestra las variantes de una misma lengua. Y habrá que repetir lo de que las relaciones culturales, sociales y de parentesco entre muchas personas que vivimos en el país del euskera existen y ahí están y que no se pueden hacer desaparecer sin más, por mucho que se les llame entelequia.

Está claro que el Gobierno está nerviosillo. La sanidad sufre una especie de enfermedad autoinmune y en Educación, el Programa de Aprendizaje en Inglés (PAI), el proyecto estrella de Iribas, se ha quedado descabezado al dimitir en bloque sus máximos valedores. Además cada vez más familias y docentes se quejan de que este supuesto proyecto educativo “no existe” y que es solo una línea política estratégica, con un claro fin, pero sin los medios necesarios.

Es natural que el consejero esté alterado, pero eso no es motivo para rebajarse a niveles de Sálvame y soltar en el Parlamento que la alternativa al PAI es un sistema educativo en el que el alumnado (¿y el profesorado también?) va con “flequillo cortado al hacha y sudadera de rayas negras y moradas.”

Es la versión Iribas de la máxima barciniana “yo o el caos”, pero siguiendo un libro de estilo más casposo. Es como si ahora empezáramos a criticar el look opusiano o cielino (como se denomina a los miembros del grupo religioso Comunión y Liberación al que dicen que pertenece el consejero) o como si dijéramos que en el debate sobre la sanidad en Navarra Juan José Rubio es muchísimo más fotogénico que Marta Vera. Sería, cuando menos, de mala educación.