noto cierta incomodidad en ambos extremos del arco ideológico a raíz de la matanza perpetrada el otro día en una sala de fiestas en Orlando (Estados Unidos). Es un hecho que el autor de la carnicería hubiera podido ser miembro de cualquier otra confesión religiosa que no fuera la musulmana, o incluso alguien que no profesara fe alguna. De hecho, con repetitiva frecuencia nos llegan de aquel país noticias de baños de sangre en establecimientos públicos de manos de sujetos -siempre sujetos, nunca sujetas?-, cuyo único punto en común es su desequilibrio y la pasmosa facilidad con la que han podido hacerse con armas letales en el supermercado de la esquina. La fobia contra la comunidad homosexual tampoco es patrimonio del islam. El vicegobernador de Texas, Dan Patrick, blanquísimo y cristianísimo, cuando llegaban las primeras noticias sobre el tiroteo y nada se sabía de su autor, sólo que estaba sucediendo en un local de ambiente gay, publicó en su cuenta de Twiter una frase que venía a decir que eran las víctimas las que se lo habían buscado, por maricones. Aquí mismo, todos conocemos a gente que hubiera rubricado ese mismo comentario, y no sólo en la barra de un bar de barrio, también en la Conferencia Episcopal. El tal Patrick borró posteriormente el mensaje, cuando le empezaron a llover críticas? y se sabía ya que el asesino adoraba a Alá. Al otro lado, no creo que haga falta ser hipersensible para percibir en ciertos ambientes un grado de indignación inferior al que correspondería si el hecho lo hubiera protagonizado un neonazi o un católico de misa diaria. Cuéntale a una comunidad históricamente marginada y de la que nuestra progresía ha hecho bandera como es la homosexual que sus compañeros de Orlando murieron a causa de la secular perversidad con que Occidente trata al mundo musulmán. Hay valores que deberíamos tener menos vergüenza en defender.
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