Da un poco de miedo tener que estrenar nuevo calendario a partir del sábado. Y no es porque éste haya sido, precisamente, un año de los de enmarcar. Si no lo estábamos antes, acabamos 2016 avergonzados por ser ciudadanos de una Europa despiadada con la gente que huye de las guerras y la miseria mientras pacta con autócratas manchados de sangre para que le hagan de policía de fronteras. Tampoco hay razones como para estar muy orgulloso de un DNI que nos adscribe a un Estado en el que es posible que vuelva a gobernar un partido de niveles de corrupción como los del PP. Seguir viendo a Rajoy balbucear simplezas como presidente de Gobierno es casi tan desconsolador como acabar el año con un tarado peligroso del calibre de Trump al frente del mayor arsenal nuclear del mundo. Produce escalofríos la sintonía que muestra el millonario convertido en presidente con una persona de perfil tan siniestro como Putin. 2017, además, nos va a traer elecciones en Francia y Alemania, dos países con una extrema derecha en auge alimentada por el terrorismo yihadista. Otro fenómeno que desquicia buena parte de África y Asia, como añadidura de dictaduras y guerras civiles que duran lustros. Una China cada vez más agresiva, una India que sube en población pero baja en compromiso democrático y una Latinoamérica que no acaba de salir de su marasmo completan el panorama de un mundo que todavía parece no tomarse en serio la lucha contra la pobreza y el cambio climático. Al menos, en lo doméstico, nos queda una Navarra mejor que la que nos legó el 2015, más integrada, más solidaria, más plural y con mayor redistribución de renta, aunque con evidentísimos niveles de mejora. Tendremos que consolarnos con eso y con lo que nos aporten los más próximos. Quizás lo mejor sea entrar en 2017 con pocas expectativas. Que sea lo bueno, y sólo lo bueno, lo que nos sorprenda.