Pamplona no tolera las agresiones sexistas. Lo anuncia mediante cartel en las entradas a la ciudad. Parece obvio, pero está de moda. Luce en el catálogo vigente de lo políticamente correcto. El Ayuntamiento quiere contribuir a la sensibilización contra esa lacra. Los sanfermines nos pusieron en vanguardia de capacidad de reacción inmediata y de movilización espectacular. Mejor escaparate, imposible. Lo dantesco sería un panel de recepción al visitante con un lema de aceptación de esas agresiones. Tampoco está claro que estos comportamientos violentos se vayan a contener por efecto de su vistosa y creciente impopularidad. Las acciones de educación, prevención y apoyo son todavía más propagandísticas que eficaces. La tarea es ingente. Con adultos y con jóvenes y adolescentes, tan permeables a perniciosos modelos mediáticos. Tampoco el tratamiento informativo está bien resuelto. Las iniciativas sociales han generado respuestas institucionales. La sociedad civil por delante de las medidas administrativas. Como casi siempre en casi todo. Sin embargo, la política pervierte hasta las buenas intenciones. La polémica semántica está servida: no tolerar la opción de perpetrar agresiones sexistas advertida en las fronteras municipales o reprobar su comisión en declaraciones o acuerdos orgánicos saben a poco a UPN, que defiende a ultranza el vocablo condena. Condenar y reprobar son sinónimos. Más aún en términos de reproche social. Otra cosa es el carácter punitivo de una condena judicial. La expresión “no tolerar” advierte de una actitud. La condena o reprobación sanciona moralmente un hecho delictivo consumado o en grado de tentativa. La utilización de la palabra condena no es la panacea para curar el mal de las agresiones sexistas. Pero es la herramienta de amonestación pública para señalar a quienes se denuncia que la evitan ahora porque la omitieron en la agresión terrorista. El revuelto, un clásico en el menú político. Y UPN, un chef.
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