Desde hace meses hay dos temas invasivos que absorben toda la luz como agujeros negros: la reivindicación independentista de Cataluña y la irrupción de la turismofobia. Mi experiencia personal al respecto ha sido muy positiva: me he dado cuenta de que todo el mundo a mi alrededor tiene una opinión formada y fornida. Y que la mayoría la expone abiertamente en terrazas y sobremesas (algunos esforzándose incluso en razonar, lo cual ya es admirable). Yo suelo tender al mutismo (selectivo, eso sí). Lo único que me atrevo a añadir es que confío en que algún día, dentro de pocos años, pueda hacerse un referéndum con las plenas garantías en el que ambas partes expongan sus argumentos con normalidad. Pero lo que quería recordar ahora es que la realidad es siempre un constructo, un diseño informativo, una elaboración interesada. Que unos temas se eligen como prioritarios en detrimento de otros. Que a menudo se hace esto deliberadamente para dirigir las cabezas de la gente en una dirección concreta. Y que quien suele hacerlo, claro, son los grandes grupos de comunicación y televisiones. Ayer por ejemplo se acabó el plazo para cumplir los acuerdos de acogida de refugiados que se marcó la Unión Europea. Esa ha sido una cuestión eclipsada. No ha habido prácticamente ningún debate sobre el tema. Nadie le ha dado mucha importancia. Tampoco los partidos de la oposición. En esta acobardada Europa de las cuotas y los muros, se ha dejado que el asunto muera por omisión una vez más. Una estrategia muy rajoniana, sí, pero no exclusivamente suya: a todo poder le encanta eso. España solo ha acogido a un 12% del número que se comprometió. Es una vergüenza para todos nosotros. Pero la media europea apenas ha alcanzado el 25%. Europa se está haciendo cada vez más xenófoba y da la impresión de que este asunto no nos importa a nadie un carajo. Ni lo vemos.
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