¿Se acuerdan de aquella falacia según la cual supimos que un amigo de un familiar -o era el familiar de un amigo- andaba un día por Bertiz y se topó con un famoso futbolista que paseaba de la mano de la Presley? Hace años de aquello, no teníamos WhatsApp y las mentiras eran más inocentes pero, desde que las redes sociales lo son todo, me vienen a la memoria bulos tenebrosos como el de la furgoneta aparcada en la Txantrea que algunos individuos utilizaban para llevarse a la gente, falsas bombas en vísperas de Sanfermines, presuntos secuestros exprés y esta misma semana la grave alarma alrededor de la denuncia contra un hombre que quiso que un niño se subiera a su coche.

Parece que nos gusta vivir en una sociedad débil y canalla, en la que salir a la calle es un acto de heroicidad, mientras que las informaciones fiables, las fuentes oficiales, los verdaderos hechos delictivos y las investigaciones consiguientes no son atractivos. Vamos tan deprisa que prima la opinión sin base, la mezcla de datos reales con ficciones y señalar a lo loco delincuentes y delitos. En consecuencia, se ha vuelto tan real como triste el gusto de algunos por dibujar nuestro entorno de negro intenso y más, si de paso, provocan el miedo de quienes les rodean.