Hoy a los niños -¡a los niños!-, en la escuela se les enseña esto: que el sexo cada uno lo puede elegir. Lo ha dicho el Abad de Gandía. Me cuesta creer que se enseñe tal cosa en ninguna escuela. Más probable parece que el Abad haya tergiversado, intencionadamente o no, la información que, sí, muchos niños y niñas reciben en las escuelas y que deberían recoger los libros de texto en torno a la diversidad sexual humana, que es algo no tan opcional -cada cual se siente lo que se siente y esta conciencia es bastante innegociable y por otra parte la biología también hace su aportación- constatado y estable a lo largo del tiempo y por ello objeto de consideración científica. Y mantengo que lo deberían recoger los libros porque es así desde que el mundo es mundo y saberlo ayuda a conducirse por él, de la misma forma que otros conocimientos lo hacen y no hace falta inventar la rueda o descubrir el fuego o la gravedad cada día. Nos facilitaría tanto caminar con algunos saberes básicos desde la infancia. Nos relacionaríamos y miraríamos la realidad de otra forma. Relegaríamos el uso de la palabra normal a lo estadístico y viviríamos con menos problemas con lo que hay, con menos juicios y más fluidez.
Pero el abad de Gandía, locuaz, prosigue diciendo que hay expertos que consideran que esas enseñanzas en la escuela pueden calificarse como abuso sexual infantil. Aunque sabemos que el abuso sexual se define como la imposición de conductas sexuales a menores y no es el caso, el Abad se da maña emborronando. Contamos con leyes que avalan la transmisión de estos conocimientos y hacerlo permite entender, aceptar, desdramatizar, reconocer. Enseñar nunca será un abuso, al contrario, es una capacitación vital y ética.