Me tiene enganchada la historia. Dado que el goteo de información es ininterrumpido, posee una capacidad de atracción diferente a la ficción. Está pasando. Las sucesivas entregas ponen a prueba el estupor, se extreman las reacciones de los personajes hasta la caricatura y pese a ello, siguen resultando creíbles. El deseo creciente de que llegue la catarsis, de que todo se precipite, de que alguien se salte los argumentarios, rompa filas y descoloque al resto mantiene la expectación, aunque la experiencia dice que la tensión irá decreciendo hasta rebajar el nivel de alerta y alcanzar el estado transitable y anecdótico al que se quiere reducir.

Habrá que escribir la novela de esto. Después de Crematorio y En la orilla, Chirbes era el adecuado para hacerlo cerrando una fantástica trilogía sobre la corrupción, la impostura, la disolución moral. Tras la podredumbre, los bien trabados mimbres que la soportan. Pero Chirbes ya no está.

Se escribirá. Una narración que transite por pequeños espacios que replican modos y no pasa nada y pequeños espacios donde se crean grietas irreparables. Imagino gran parte del relato en la esfera privada. Me atrae ver la recreación de la atmósfera de esos lugares. Porque toda esta gente que miente y se pringa y es cogida en falta tendrá familia. Padres, madres, hermanos y hermanas, antes orgullosos y ahora confundidos y defraudados. Compañeros y amistades sobrepasadas en carreras brillantes y vertiginosas, antes sabedoras o envidiosas y ahora resarcidas. Hijos e hijas a quienes en algún momento se habrá hablado del valor del trabajo o algo parecido. Parejas que habrán tenido que elegir en el pasado entre ser cómplices y beneficiarse o no ver pero beneficiarse o que se enteran ahora. Explicaciones que dar o no, redes que van a ceder o mantenerse. Mucho conflicto y mucho roto.