¡Ojo con ellos!
Me gusta este momento del año: final de curso, la tómbola, los libros en la calle, Roland Garros en la tele. Mejor si no llueve mucho. Me entristece que llueva durante la feria del libro. Los libros han sido mi debilidad y mi fuerza. En casa tengo (aún sin leer) más de los que podría leer aunque viviera cien años. Pero seguiré comprando libros porque no puedo evitarlo. De todas formas, entiendo que hay maneras de vivir en las que no resultan en absoluto necesarios los libros. A nadie se le puede obligar a leer. Precisamente, lo bueno de los libros es leerlos porque a uno le da la gana. Para mí, los libros son como puertas: abres una y detrás hay tres o cuatro que también vas a querer abrir. Aunque solo sea para cerrarlas de inmediato. En cualquier caso, hay gente que necesita leer tanto como respirar. Gente que siempre tiene un libro entre manos. Naturalmente, esta clase de tipos no abunda, pero estoy convencido de que, a pesar de este extraño mundo acelerado, audiovisual y tecnoconsumista, su número tampoco disminuye pues su existencia no depende en absoluto de las modas sociales. Los libros nunca han gustado a las mayorías, me temo: sospechan de ellos. Últimamente se oye hablar con cierta frecuencia de la muerte del libro. Hay personas instruidas, al menos en apariencia, que al abordar este tema lo hacen de un modo atolondrado y funesto. Yo estoy convencido de que nunca se dejará de leer. Por supuesto hay montañas de libros malos (más que buenos, probablemente), pero si pillas uno bueno, ten cuidado. Es probable que no salgas indemne. Los libros buenos tienen algo peligroso porque te van a hacer pensar. Y eso supone un riesgo: puede alterar tu forma de ver las cosas. No hay nada en este mundo más fascinante que la inteligencia humana y los buenos libros están hechos con esa adictiva substancia. Así que, ojo con ellos.