Durante unos días, el personal de la UPNA que bajaba a un sotanillo a por café de la máquina o chuches de la otra máquina para el latigazo energético de media mañana comentó con estupefacción la ausencia de la mesita auxiliar donde depositaban el vaso o la magdalena mientras metían los cambios en la cartera. Con la sorpresiva desaparición, se hicieron conscientes los automatismos instalados a lo largo de años. La volatilización de una mesita auxiliar que sin grandes alardes de diseño y manifiesta humildad cumplía su función fue el principio de una especulación que cada cual derivó según su idiosincrasia. De cualquier forma, el sotanillo se había convertido en un lugar un poco más hostil, menos amable.
Mientras se mantenía el misterio, la ciudadanía enviaba por Twitter y Facebook las preguntas que quería formular a Sophia, la robot humanoide más avanzada del mundo que visitaba la universidad (Sophia protagonizó una sesión en la que dejó bien claro que es educada y contesta, pero que al final las preguntas las hace ella). Para estar en la vanguardia de la tecnología, llamaba la atención su vestimenta entre jedi y conventual, atemporal, como si su mera existencia supusiera un paso en alguna escala de perfección, la conexión con algo incluso espiritual. ¿Otra incógnita?
Pero qué mejor sitio que una universidad para seguir el hilo de los indicios y hallar la verdad o admitirla una vez encontrada. Sophia, como San Fermín, no tiene piernas y qué mejor peana que la mesita auxiliar que al fin y al cabo llevaba años en compañía de otras máquinas, simples y sin conversación, poco más que armarios obedientes, pero máquinas. Hubo que taparla con una sabanilla y de ahí el look de la visitante. Resuelto el enigma, la mesita volvió a su lugar.