Esta semana arranca una iniciativa del Servicio de Bibliotecas que consiste en juntar a chavalas y chavales de institutos y ponerlos a leer y a comentar lo leído. Leerán en modo club de lectura. La mayor parte de los clubes, 33 en esta primera edición, se forman con personas procedentes de dos institutos, lo que de entrada aporta variedad para superar el marco lectivo. Tampoco el espacio es el académico, las reuniones se llevan a cabo en las bibliotecas.
La lectura compartida puede dar pie a una serie de experiencias más que recomendables, partiendo, efectivamente, de que cada cual lee porque le apetece. Para empezar, cuando la actividad no finaliza con la lectura de la última página ni con un examen sino con la tertulia posterior se lee con la confianza de que la comprensión va a ser exhaustiva, comunitariamente exhaustiva. Esto, en tiempos individualistas, proporciona un cierto grado de confianza en el grupo. Que para rato se me habría ocurrido eso, ahora que lo dices, pues puede ser? Incluso, puede favorecer el respeto. Fijarme en lo que no suelo fijarme es un aprendizaje para la lectura personal, pero también lo es para la vida sin más, nos llega lo mismo y vemos diferente, no necesariamente lo contrario ni para desautorizarme. La tertulia es aditiva, es la celebración de la complejidad. Las contradicciones y las posturas divergentes, que son la salsa, sirven para seguir hablando, seguir pensando, llevarnos la cuestión a casa y tan iguales.
No es lo mejor que la lectura acabe en sí misma. Lo deseable es que el libro sobrepase el tiempo previsto para su lectura y sus personajes o su trama o la forma en que se escribió o las preguntas que formula nos acompañen, se acomoden a nuestro paso. O que nos haga reír y nos lo cambie.