Augusto Monterroso era un grande. A él, por boca de uno de sus personajes, le debemos la sentencia: “En su afán de síntesis, la Antigüedad llegó a cultivar mucho el fragmento”. El fragmento, fruto de la ruptura de lo que fue en principio uno y organizado, como género, nunca ha pasado de moda -Napoleón dividía para vencer- y hoy conoce nuevos esplendores. Pero hay fragmentos y fragmentos y así, si cuando encontramos un trozo de cerámica la imaginación recrea un recipiente, una baldosa o una tubería, ante mensajes y titulares es más difícil saber si son fragmentos y de qué forman parte.

La semana pasada nos enteramos de que decrecemos. Nos morimos más que nacemos. El hecho, con toda su objetividad, así formulado, es un fragmento, una realidad desconectada de sus causas. Como nos apasiona la causalidad, las buscaremos y encontraremos respuestas dispares. Me atrevería a decir que muchas con sesgo moralizante. Sin embargo, al hilo, en la tele, un experto decía que para aumentar la natalidad hay que asegurar la permanencia de las mujeres en el empleo, es decir, todo lo contrario a nuestro modelo, que se ha esforzado en facilitar salidas, permisos y excedencias a las madres, de modo que las principales paganas del crecimiento vegetativo positivo sean las mujeres, sin promover la participación sustancial y corresponsable de los padres en los cuidados. Paradójicamente, aquellas que mayor contribución temporal y económica realizan para sostener la pirámide poblacional resultan perjudicadas y empobrecidas por su menor participación en el mercado laboral. Si el experto decía esto en horario de máxima audiencia, no será información reservada, digo yo que la conocerán las personas responsables de legislarnos y gobernarnos. Conectando ambos fragmentos, se empieza a vislumbrar un algo de totalidad, de sistematicidad, de posibilidad de aplicar medidas eficientes, de razones para no haberlas aplicado antes, de previsibilidad, de intenciones.