Tal día como hoy, hace muchos años y durante bastantes, una de las primeras cosas que oía al levantarme era aquello de que si te asomas a la ventana verás que pasa un hombre con tantas narices como días le quedan al año. Supongo más que recuerdo que habría habido unas pocas ediciones para el estupor y la comprobación siempre fallidas, correría a vigilar la calle por la que nunca vi pasar al esperado, una de claridad y comprensión, eureka, y las posteriores dedicadas a observar la reacción de hermanas y hermanos. La frase formaba parte de las rutinas familiares.

Otra gracia similar y previa, propia del día de los Inocentes, consistía en mandar a alguien a casa de la abuela o de la tía a pedir la horma del guante. Por supuesto que nadie había oído hablar antes de tal objeto de resonancias decimonónicas, pero como no era extraño que los artefactos: berbiquís, taladros, picadoras o escaleras cruzaran la calle y subieran y bajaran de un piso a otro en una espontánea manifestación de multipropiedad de hecho, el o la comisionada partían al recado entre ingenuos y serviciales. Volvían con conocimiento del engaño y reconfortados por el trato y por los caramelos o guirlaches obtenidos. Por cierto, ¿sigue habiendo guirlaches? El día 28 tenía ese aire ya perdido. Las inocentadas empezaban en casa, se comentaba la del periódico en cuanto este hacía su aparición junto con el pan y la leche del día, se preparaban para las amistades y, en los ratos libres, si la zona estaba despejada y se podía acceder con tranquilidad al teléfono, se perpetraban unas cuantas llamadas haciendo preguntas absurdas para recibir respuestas más estrafalarias todavía, un taco o el neutro se ha equivocado. Que me pongo nostálgica. Qué cosa.

Que 2020 les sea confortable.