La pregunta que planteo es puramente retórica, ¿a dónde vas Europa? Pues, siendo la UE el mayor espacio de libertades y democracia, nuestro destino está en manos de los europeos. Vamos a donde nuestras decisiones nos llevan y de nada sirve críticar a nuestros gobernantes, siendo nosotros los que les hemos dado en las urnas el liderazgo ejecutivo. Europa ha vivido en un régimen de confort bajo las premisas del Estado del Bienestar. A él debemos grandes conquistas sociales y, por supuesto, también parte las debilidades que hoy padecemos. El binomio democracia liberal y protección social funcionó en base al bipartidismo, del mismo modo que el eje franco-alemán daba sentido al proyecto de construcción europea que ha desembocado en la Unión. La cuestión ahora, ante el desafío lanzado por Putin con la invasión de Ucrania, es saber si renovamos esas bases o buscamos nuevas fórmulas de convivencia a futuro.

SÁLVESE QUIEN PUEDA

El líder ruso nos ha situado ante el espejo que deja ver nuestras arrugas, pero también ante la posibilidad de seguir tomando nuestras propias decisiones. Nos enfrentamos a los riesgos que supone elegir el camino. El primero de ellos consiste en definir si queremos acometerlo fuertemente unidos o buscando cada cual las salidas sin pensar en el vecino. En las últimas crisis que ha vivido la UE, como el Brexit y la pandemia, se ha optado por la unidad. Ante la invasión de Ucrania, inicialmente hemos vuelto a apostar por una respuesta única, pero con acentos demasiado pronunciados entre los socios. A medida que el conflicto se alarga, el peligro del sálvese quien pueda se pone más de manifiesto. La crisis energética y la inflación va a poner a prueba la solidaridad entre europeos en un invierno que se vislumbra muy duro.

EL RIESGO DEL SÍNDROME DE PETER PAN

Otro camino fácil, que nos expone a más amenazas aun, es el de no querer madurar, no hacernos adultos en la UE como organización y seguir pensando que el mundo ideal en el que vivimos es gratis y no requiere de esfuerzo alguno, cuando los enemigos de la libertad y la democracia nos atacan. Vivir del gas ruso, del modelo “Otanizado” de seguridad de Europa o no tener una política migratoria sensata ante el deterioro demográfico que afecta al continente, es sembrar miseria para las próximas generaciones. Construimos Europa bajo la premisa de que nuestros hijos nunca padecerían los dramas de nuestros padres: ni irían a una guerra, ni pasarían hambre. Pero nunca hemos querido calcular el precio de tan alto afán, pensando que todo cae del cielo y que, por una suerte de una extraña providencia, ni los campos de batalla, ni las crisis miserables existirán. El síndrome de Peter Pan se caracteriza por la inmadurez, el narcisismo, la irresponsabilidad, la rebeldía, la cólera, la arrogancia, la dependencia, la negación del envejecimiento y la creencia de que se está más allá de las leyes de la sociedad y de las normas por ella establecidas. Suena demasiado a la sociedad europea en la que vivimos.

RIESGO DE POPULISMO

Tampoco es la primera vez que Europa opta por soluciones fáciles y se entrega a gobernantes populistas. Los problemas complejos no requieren soluciones simples, pero si unimos la desunión y el peterpanismo, lo más probable es que los oídos se dejen seducir por los protagonistas del ruido. Son políticos, propagandistas, comunicadores y detrás de ellos, una nueva clase de empresarial dispuesta a todo con tal de alcanzar el poder. Cumplen una triple función de ilegitimar a los adversarios, de relegitimar al pueblo y de legitimar al actor político que lo pronuncia. Para ello emplean estrategias de discurso político gobernadas por el descontrol y el exceso. Por lo tanto, no es un régimen político sino una estrategia de conquista o de ejercicio del poder sobre un fondo de democracia, pero de manera exacerbada. Estrategia que maneja el mecanismo de la fascinación que cristaliza un ideal. En Francia, en Alemania, en España y, en muchos Estados miembro de la UE, estamos asistiendo a fenómenos de estas características que merodean las puertas de los Gobiernos y que pueden sentarse en los palacios de la toma de decisiones. Ante estos riesgos cada vez más ciertos debemos tomar conciencia de la trascendencia del momento y de la importancia de no perder los valores de la sociedad del bienestar que nos hemos sabido dar. Tal vez sea la hora de que Europa y los europeos despertemos del sueño shakesperiano de una noche de verano.