Si la actual selección croata fuera un ciclista tendría un apodo más adecuado que los dos habituales –los Vatreni (Llenos de fuego) y los Kockasti (Ajedrezados)–. Algo como El Tejón Hinault o El Caníbal Merckx, para expresar su voracidad; o como El pistolero Contador o El Bala Valverde, para reflejar su capacidad de rematar. Las demás selecciones de fútbol, como las de muchos otros deportes, solo pueden recordar con agrado cómo Yugoslavia se disgregó en siete países, porque si siguieran unidos, con ese gen competitivo, serían terribles. Y, aún así, va una de esas pequeñas naciones, que no llega a los 4 millones de habitantes, y se planta en la final en el Mundial 2018, tumba a una de las grandes favoritas en el de 2022 y ojo que esto no ha acabado.