Llevaba el verano sin sobresaltos, haciendo la fotosíntesis lo más posible allá donde me encontrara, tratando de olvidarme al máximo de mí mismo, de mis manías y de mi cara y ya de paso del 99% del mundo exterior, cuando aquellas palabras me retornaron a la realidad del universo que nos ha tocado vivir: “el verdadero problema es la necesidad de la juventud de autogestionarse”. Eran palabras tan sabias como podrían serlo “son todos una cuadrilla de pijos malcriaos cosidos de Ternua, North Face y Salomon”. Cuestión de enfoques y de puntos de partida. Lo que me fascinó -hace ya unos días- es que las pronunciaba el alcalde de la ciudad en la que se estaban produciendo en esas horas los hechos más localmente salseros de estos meses estivales: el desalojo pero solo la puntica de Rozalejo. Reconozco que lleva tres años de alcalde y que hasta ahora la mayoría de las cosas me habían gustado más que gustado menos en el caso de este alcalde, pero ese día me enamoré locamente y me dije: he aquí un tío con dos cojones que ni los motores del Titanic. Tienes a toda la ciudad pagando los impuestos municipales, las tasas, las contribuciones urbanas, cumpliendo la puta legislación te guste menos o nada y el tipo se pasa la alegalidad por el forro y como no son ni de la Iglesia Evangélica del Séptimo Día o Kikos o lo que sea que no provenga de un caladero muy concreto que si les buscas las cosquillas tus votantes te miran feo haces la vista gorda y sueltas algo así, algo que puedo decirlo yo, usted o incluso anarquistas -pero por laba y cada 30 de mes con nómina pública- como varios concejales y parlamentarias-os, pero jamás el alcalde de la ciudad en la que hay ocupado un edificio que si pasa algo ahí dentro el puerro que puede caer a la institución superior o al propio ayuntamiento es obvio y merecido. Es esta una ciudad apasionantemente previsible que se engulle a sí misma.