Puede parecer muy poco, en estos tiempos en los cuales al menos de cara al exterior la gente suelta tantas certezas, pero creo que es bastante, tener aunque sea eso claro, tal y como lo explicó a su siempre acertada manera Bob Dylan: no sé lo que hay que hacer, pero sí sé lo que no hay que hacer. Sé perfectamente a quién no votar el 28 de abril. No tengo ni idea a quién votar, pero sé a quién no, lo cual ya digo que a muchos y muchas les parecerá muy poca cosa pero a mí al menos me parece por ahora suficiente. Además, es algo que siempre ha sido así: hay unas cuantas líneas rojas incruzables y luego con lo que queda te apañas como puedes. Cierto es que conforme va cumpliendo uno años las líneas rojas van apareciendo al ritmo de las arrugas y acabas revolviendo en las papeletas como en el cajón de los calcetines buscando dos del mismo juego sin agujero y que no tengan los talones desgastados, pero nadie dijo que votar fuera más fácil que salir a la calle en chancletas. Qué suerte la de esos parece que son tantos O al menos los oyes tan seguros de todo que parecen más de lo que en realidad son que saben qué votar, el 28 de abril, el mes siguiente, el próximo año y al otro y al otro y al otro y que están de acuerdo al 100% con el partido al que van a votar, en las 2.000 o 3.000 cosas de las que opina cada semana cada partido y en las 200 o 300 primeras ideas políticas presentes en su programa. Esa gente que no sabes si han nacido de un polvo o de un mitin. Hay montones. O eso parece. A mí me dan un poco de miedo, la verdad, pero, oye, será una tara mía. Bien, el caso es que votar hay que votar, eso siempre, eso por mucho que votes con la nariz no ya con una pinza sino tapiada creo que siempre voy a hacer, por mucho que siempre haya acabado decepcionado. Prefiero la decepción a colaborar con mi silencio y apatía a volver al medievo.