Está a punto de terminar en Doha (Qatar) el Campeonato del Mundo de Atletismo, la edición más lamentable de todas y cuantas se han celebrado desde que Helsinki acogió la primera en 1983. Lamentable por las fechas en las que se ha disputado para que no hiciera tanto calor, con el consiguiente desajuste en la preparación de los atletas, lamentable porque a pesar de ese retraso la temperatura media en las pruebas de fuera del estadio -marcha y maratones- ha sido de más de 30 grados y se han disputado de madrugada en una avenida desierta, lamentable porque dentro del estadio hacía 25 grados gracias a un sistema de aire acondicionado que imagino gasta la energía que gasta al año los 10 millones de habitantes de Benín y lamentable porque el estadio, con capacidad para 50.000 espectadores, apenas acogió a unos 5.000 los primeros 3 o 4 días y a unos 10.000-15.000 los últimos días, no se sabe si regalando entradas a los miles de obreros -indios, pakistanís, ceilandeses, nepalís, etc, etc, casi 2,3 millones de los 2,6 millones de habitantes que tiene Qatar- que levantan este país fantasma o directamente pagándoles dinero para que entraran. El ambiente, con las gradas casi vacías, con lonas cubriendo toda la parte alta del recinto, es lo más bochornoso que se ha vivido jamás en la historia del atletismo. La designación de Doha hace unos años por parte de la IAAF, por los mismos motivos económicos por los que también organizó el Mundial de Ciclismo de 2016 y por los que va a acoger los de fútbol en 2020, es una vergüenza para este deporte, que siempre ha celebrado sus grandes campeonatos -europeos, mundiales, Juegos Olímpicos- en estadios a reventar: la gran fiesta bianual del atletismo mundial celebrándose en una especie de tanatorio. Bochornoso. Quizá sea mucho pedir, pero confío en que no se vuelva a repetir algo similar. No lo merecen ni los atletas ni los aficionados.