Pamplona es un poblao y, como todo poblao, necesita de sus polémicas. Como vacas, ovejas, lindes, escortes y temas de estos ya no quedan, periódicamente surgen asuntos menores que no se sabe muy bien por qué se distinguen de sus otros colegas menores y se convierten en temas de interés público durante días, semanas, meses o incluso años. Uno de estos asuntos es la Pasarela del Labrit. Pamplona vivió hasta 2010 perfectamente sin esa pasarela y, asumiendo que para ciertos trayectos vecinales es más cómodo tenerla abierta, tampoco supone más allá de 200 metros menos, puesto que hay unas escaleras estupendas del final de calle Aralar hasta la Cuesta del Labrit y un paso de cebra en mitad de calle. Vamos, que si medimos los metros totales que andas de más con y sin pasarela no creo que pasen de 300. Subes o bajas unas pocas escaleras, eso sí. El caso es que desde que el anterior gobierno municipal la cerró por desprendimientos con la oposición total de la ídem por la, a su juicio, falta de pruebas in situ la pasarela se ha convertido en arma arrojadiza entre unos y otros, hasta que ayer mismo se supo que el equipo de Maya ha decidido encargar unas pruebas de carga a pesar de que hay informes independientes que aconsejan su cierre final y demolición o desmonte. No sé, en este poblao ya digo que la mitad o más de la población supimos mucho en su día de loseta, de adoquín, del adoquín serrao de Mangado en Baluarte, de peatonalización, de amabilización, de lo que nos echen. A fuerza de minipolémicas vamos adquiriendo unos conocimientos técnicos, sociológicos, urbanísticos y de toda clase y condición que para sí quisieran los habitantes de las ciudades grandes, que de estas pequeñas puñetas así al detalle ni se enteran, los pobres, y ni saben qué es una prueba de carga dinámica. El mendas lo que es por esa pasarela en concreto ya no pasa. Lagarto lagarto.