Leo que Sergio Sayas podría ser uno de los aspirantes a liderar UPN en el próximo congreso que la formación nacionalista navarra va a celebrar en 2020, quizá cara a cara con Javier Esparza, actual presidente. Sayas, al parecer, contaría con el apoyo de destacados militantes, entre los que se citaba a Maribel García Malo o Fermín Alonso. Ayer mismo, Sayas no desmintió la información y comentó que “dependerá de conversaciones con gente del partido”. Bueno, como quiera que sea, cada partido gestiona su casa como les place a sus afiliados. En todo caso, me llama la atención -nuevamente- el -lo reconozco, ya me disculparán- manido asunto de la querencia por los puestos públicos de personas con menos recorrido en la vida laboral real que un becario de verano. Sayas, por ejemplo, lleva casi 20 años en cargos vinculados a UPN, cuando apenas tiene 40. Ya hace 12 años era parlamentario -con 28- y ahora está de diputado en Madrid. Alonso, por su parte, tiene 37 años y lleva desde los 25 en el Ayuntamiento de Pamplona y llegará así a los 41. No es esto exclusivo de UPN, ahí tenemos a Maiorga Ramírez, por ejemplo, parlamentario desde los 27 y ya con 43. Ejemplos hay unos cuantos, pero en UPN suelen ser casi de récord. Alberto Catalán o Carlos García Adanero, senador el primero y congresista el segundo, van a pegarse 32 años seguidos con sueldo político público, sin apenas haber pisado un poco la calle real, la del despido, el ajuste, el paro y la negociación colectiva. Sayas y Alonso van por ese mismo camino, personas que no han estado ni 3 años en el mundo de verdad, son la viva muestra de que las elites de los partidos se convierten en lugares en muchas ocasiones muy alejados de la inmensa mayoría de los ciudadanos, dirigidos por gentes que encadenan nómina tras nómina con membrete oficial y que bien situados en sus partidos siguen así hasta a saber si la jubilación.