n lo de la mascarilla -en lo de no llevarla cuando se sale a la calle- hay en muchos casos esa mentalidad adolescente que fundamentalmente el sector masculino prorrogamos hasta los 100 años: eso es de cobardes. Me preguntó la otra mañana un conocido que por qué la llevaba y me quedé sorprendido con la pregunta, puesto que a estas alturas pensaba que ya se sabía que si ninguno de los dos llevamos mascarilla y uno de los dos está infectado y hablamos 10 minutos de cerca tenemos buenas opciones de ser ya dos los infectados, que si la lleva uno de los dos esas opciones se reducen a más de la mitad y que si la llevamos los dos las opciones son menores del 5%, incluso con las mascarillas más sencillas. Esto es: las mascarillas me protegen y te protegen, no indican que seas un cobarde, ni que estés enfermo, ni que tengas miedo, ni que seas un hipocondríaco, ni que como la llevas vayas a saltarte todas las otras normas. Indican que eres consciente de que pese a que suponen un incordio -sobre todo al principio- se ha demostrado que su utilidad en todo este tinglado es evidente, como lo certifica el hecho de que en todos los países asiáticos su uso esté tan extendido. Simón comenta que quizá obligarnos a todos a llevar sea excesivo, pero sí comienzan a recomendar -aunque con la boca pequeña, tras no hacerlo durante semanas- llevarlas: "Creo que el uso de mascarillas debe ser altamente recomendable y que todo el mundo que pueda debe utilizarla en espacios públicos, sobre todo cuando se cruza con otras personas en un espacio en el que no puede mantener las distancias. Es cuando de verdad tiene un efecto y se puede utilizar". Tampoco pasamos ahora tantas horas fuera de casa y usarlas en exterior no supone un grave trastorno, ni siquiera leve, a no ser que sigamos considerándonos chavales o chavalas de 16 años completamente inmortales o "eso es de cobardes y comeyogures".