oy se cumplen 12 años desde que el suizo Ueli Steck convenciera al rumano Horia Colibasanu de que saliera de la tienda en la que llevaba más de 72 horas cuidando de su amigo Iñaki Ochoa de Olza, enfermo a 7.400 metros en la arista este del Annapurna. Steck, que llevaba subiendo dos días y medio al principio en botas de trekk, sabía que si Colibasanu permanecía más tiempo a 7.400 corría el grave riesgo de sufrir también un problema de salud muy serio y quedarse allí para siempre. Le dijo que saliese, bajase y se encontrasen por debajo de la tienda para marcarle algo el terreno de subida. Hasta que Colibasanu, que llevaba 5 días por encima de 7.000 metros, no se aseguró de que Steck iba a subir hasta Iñaki y darle las medicinas que llevaba, no se puso a descender. Llegó al campo base y a la mañana siguiente conoció la fatal noticia de la muerte de su amigo Iñaki. Hace unos meses, en Isaba, con motivo del décimo aniversario de la puesta en marcha de la Fundación Sos Himalaya Iñaki Ochoa de Olza, el rumano, acompañado de su pareja, Andrea, comentaba durante una charla algo que yo ni siquiera me había atrevido a preguntarle: a veces le doy vueltas al hecho de que soy el único que queda vivo de todos los que vimos enfermo a Iñaki. Iñaki murió, pero también Ueli (Steck) y Alexei (Bolotov). Intento no profundizar mucho, pero si lo hago me doy cuenta de que no hay un motivo. Es lo fascinante del himalayismo a más de 7.500 metros. Lo que la sociedad entiende como fracasos a veces es el mayor éxito, en ocasiones las tragedias vienen de una sola casualidad en mitad de todo aciertos, a veces simplemente es una lotería, no hay una regla, aunque sí normas de sensatez que todos conocen. Horia estará jugando hoy en su casa de Rumanía con sus hijos Minhea y Stefan. El inmenso esfuerzo y coraje de Steck, Urubko y aquella gente salvó vidas. Y alumbró a muchas más. Lo sigue haciendo.