s lo que nos toca vivir, esta sensación de estar metidos en un túnel oscuro cada vez más estrecho y con la amenaza de más restricciones y, lo que es mucho peor, más muerte y más enfermos que han salido de la enfermedad pero que no vuelven a estar como estaban. Y el vecino de abajo que tiene una cafetería cerrada y la colega del pueblo que tiene el restaurante y el amigo que trabaja en el bar del centro que no sabe cómo va a salir de esto y miles de currelas de toda clase de sectores que ven su presente y futuro minados y esta sensación de cansancio y tristeza que todos sentimos en mayor o menor medida. Las cifras siguen siendo duras y tal vez lo que haya que pensar es que las restricciones no van a lograr que desciendan pero sí que no sean mucho peores. La primera ola nos pilló saliendo del frío, de los virus respiratorios, de la gripe, nos metieron en casa y a esperar. Esta nos está pillando entrando en todo eso y además con mucho más movimiento, aunque por desgracia haya mucho cerrado. Tendremos que asumir con madurez que esto ya no va de qué gobierno la caga más o la caga menos, sino protegernos nosotros mismos y de esta manera tratar de ayudar a la sociedad así: protegiéndonos y, en la medida de lo posible, tratando de aportar a quien lo está pasando peor. Todos echamos de menos nuestra libertad anterior, muchas cosas, pero es que nos ha tocado vivir este tiempo y este tiempo y este bicho parece que nos manda lo que nos manda: distancia, aire libre, cuidado, mascarilla e higiene. Y quizá esto sea así varios meses. Ojalá no sea así, ojalá baje la incidencia rápido. Pero hay que estar mentalmente dispuestos a tragarse el sapo de que este puto bicho igual nos depara aún una ola más alta y larga que la primera vez. Ser prudentes y resistentes ahora creo que es la única manera de ayudar a todos esos sanitarios, hosteleros y decenas de miles más que están al límite.