l mismo tiempo que la pandemia vírica, se ha intensificado otra que ya venía de antes pero que desde junio amenaza con aplastarnos a todos: la fotográfica. Concretamente, la pandemia fotográfica de fin de semana, especialmente el sector naturaleza, aunque no solo. Tú entras en Twitter o Facebook o Instagram o simplemente en los estados de WhatsApp de los contactos de tu móvil y te aplastan las hojas, los manantiales, los niños y niñas mirando a las vacas -están las vacas hasta las tetas de tanto niño- y los nacederos y los atardeceres rojos. Estamos visitando nacederos muy por encima de nuestras posibilidades, dicho sea de paso. Y montes, riscos, peñas, miradores, acantilados, prados, bosques y setales. Y -básico- hay que contarlo. Qué sentido tiene irte a Orgi, Jauntsaras, Burguete, Lumbier, Irati, Arteta o Riezu y ver todo eso tan bonito y luego no echar ciento cincuenta fotos y colgarlas en alguna parte para que las amistades vean lo rupestre que eres y lo que aprovechas el finde y no ahí en el sofá echo un grumo con los niños poniéndote la tensión arterial en 22-14 y quién me habría mandao a mí. Si no tienes niños, da igual, que se vea también que te has movido. Y, si no te has movido, comparte con nosotros -por Dios, no nos dejes sin esa información- que tus niños saben hacer galletas, magdalenas, pan, figuras de papel, que leen 10 libros diarios o que os habéis tragado en este finde tú y tu chico todos los capítulos -los 136- de la última serie de obligada visión poco antes de cenaros esa pizza artesana rústica acompañada de la botella de vino que os habéis trincao antes de estrenar a polvos el somier nuevo -que también nos habéis enseñado, claro. El somier, digo. Los polvos, que igual eran lo único interesante, no, que esto es Pamplona, Curacity-. Me muero de ganas de que llegue la vacuna. La rusa, claro, que además con conservarla al lado del Smirnoff frío ya le vale.