l alcalde de la gente normal de Pamplona, Enrique Maya, adelantó la semana pasada que igual las terrazas provisionales que se instalaron en la mano izquierda del paseo de Sarasate mirando hacia Diputación se convierten en definitivas, así que no es de extrañar que los vecinos de las plazas de San José y Compañía tiemblen solo de pensar que se meta ahí debajo de sus casas una sola terraza, porque con la derecha normal ya se sabe lo que duran las promesas o los principios. En todo caso, lo de Sarasate va mucho más allá de que una idea puntual se convierta en una nueva invasión del espacio público para el uso privado. Nada tengo en contra de que haya terrazas en la vía pública, pero sí de que en cuanto le ganamos dos metros cuadrados al tráfico y al coche sean para lo mismo: hacer caja. Sarasate podría ser o tratar de ser lo que no es Carlos III, convertido en un mero paseo entre tiendas de ropa: un lugar peatonal con atractivo. Ahora mismo, Sarasate, con esos parterres infames que nos legó el barcinismo, con esos saltos de acero Corten que dividen, molestan y estorban, es sin más un lugar de paso y de cruce, cuando lo tiene todo para ser nuestra rambla o para al menos buscar alternativas que conjuguen comercio y hostelería al aire libre con zona de juegos, actividades y de estar. Está absolutamente desaprovechado, como lo está la plaza de Baluarte -por no hablar de la zona de los Caídos, que coges ese estanque horripilante y lo llenas de cemento y tienes metros cuadrados para poner terrazas de todos los bares del segundo Ensanche-, pero a Maya por ahora lo único que le brota es avanzarnos que igual esas terrazas temporales se quedan para siempre. La sensación con este alcalde es que sabe dar licencias de hostelería y poco más, poco más que tenga que ver con el bienestar de todos los ciudadanos de Pamplona y no solo con la actividad económica de unos cuantos.