ace unos días me quedé mirando unas fotos que puso la Policía Foral en Twitter. Eran unas fotos de un lugar abandonado, de unas pocas botellas de alcohol, algún paquete de cigarros y vasos de plástico. La noticia decía que seis jóvenes habían sido multados por realizar un botellón. Me quedé pensando en lo injusto que puede estar resultando este año para ciertos sectores de edad. Ese sector de edad, precisamente ese, el que va de los 16 a los 24-28 años, es el que más se interrelaciona, el que está descubriendo el salir, la juerga, las amistades que parecen durar para siempre, el amor eterno que se apaga al mes, todo eso que hace de esos años los años de los que más nos acordamos cuando vamos apilando calendarios unos encima de otros a partir de los 40. Y me vino la certeza de que para muchos de esos jóvenes esta situación se suma a unos sistemas nerviosos que han soportado ya tener una infancia en crisis, puesto que llevamos en crisis desde 2008 y aunque usted y yo no lo creamos hay miles y miles y miles de familias y por tanto miles de jóvenes que llevan en crisis permanente desde hace casi 15 años, con padres y madres en paro, los dos, uno, con malos trabajos, encadenando contratos cortos, varios tajos, mucho equilibrismo para llegar al final del mes y mucha resistencia para no volverse locos. Y, delante, un panorama de estudios y un panorama laboral que tiene bien poco de halagüeño, en una sociedad, además, que día a día se empeña en mostrarles lo peor de sí misma. Por supuesto, estamos en mitad de una pandemia y todo lo que podamos evitar contagiarnos seamos quienes seamos estará redundando a priori en el bien común, pero no pude evitar pensar viendo esas botellas que no hacen daño a nadie e imaginando a esos seis chavales y chavalas que bastante bien lo están haciendo. Tenéis toda mi admiración, aunque os podáis, como todos, equivocar a veces.