uando yo era chaval la presencia de los políticos en la vida diaria de los ciudadanos era tirando a escasa. La televisión tenía dos canales, uno de ellos apenas emitía, y sus apariciones se limitaban en muchos casos a los informativos y poco más, aunque luego los tenías en la prensa, las revistas y las radios y en épocas de elecciones sí que es verdad que se inundaban las calles con fotos y pasquines. Pero podía pasar una legislatura completa y aunque fueras un crío atento a las noticias tener serios problemas para aprenderte 10 nombres de diputados más allá de los portavoces o los líderes de los partidos. Hoy día, con cientos de focos puestos sobre ellos, sobre sus redes sociales, sobre sus salidas de pata de banco -mucho más que sobre sus ideas-, nos suenan muchísimo y, lo que es peor, hacemos internacional a cualquiera. Vamos, que de tanto mencionarlos y verlos se corre el grave riesgo de que consideremos que por ejemplo Toni Cantó es Van Basten. Cantó, actor apañado, lleva ya tres formaciones políticas a sus espaldas en poco más de 6 años -dejó UPyD en 2015, luego Ciudadanos y ahora el PP-, aunque ha fichado por el PP de Ayuso en calidad de independiente, aunque yo el único independiente que conozco es el Independiente de Avellaneda, de la Primera División argentina. El caso es que, al igual que muchos políticos de la actualidad, lo máximo que ha gestionado es su mando a distancia. Y su cuenta de Twitter, un púlpito desde el que todos -yo también- podemos pretender pasar por ser Abraham Lincoln. Pero, a efectos de incidencia en la vida de las personas, cero. Esto es: ahora el que parece tener buen pico y salero interviniendo y gracejo en las redes sociales tiene ya el favor del público. En Navarra tenemos un buen ejemplo con los diputados de la derecha en Madrid: casi 50 años entre los dos en política y no han gestionado un paquete de folios.