stoy a favor de que los medios de comunicación demos espacio a todas las personas por muy en contra que se pueda estar de sus mensajes -aunque debamos evitar a gente que defienda violencia, etc, contra los demás, pederastas, etc, gente cuyo mensaje sea puro odio-, incluyendo a todo el arco político legalmente permitido y hasta las asociaciones más peregrinas existentes. También, por supuesto, a quienes desde la medicina o la ciencia ponen en cuestión buena parte de la pandemia de covid o las vacunas o lo que se considere. Pero, eso, que sean personas con conocimientos. Que no sea un cantante, un torero o un actor o un arquitecto o un plumilla. Hay quienes nos hemos quejado estos días de que se dé horas de televisión a un ser claramente pasado como Miguel Bosé y su discurso negacionista y hay quienes desde la propia profesión defienden que no hacerlo es una manera de censura. Bueno, no, insisto en la idea inicial: el periodismo debe buscar las entrevistas y fuentes que puedan hablar de un tema de una manera que quizá no nos guste pero que esté basada en conocimientos personales, experiencia, datos, argumentos y capacidad de confrontarlos con alguien que piense diferente. Meterle la cámara a Bosé no es periodismo: es lanzar cacahuetes. Y no meterla por ética periodística no es censura, es simplemente no preguntarle a un cocinero qué hacer ante la subida del nivel del mar ni a un geólogo si esferificar un huevo o no. Creo que me explico. Bosé, como otras muchas estrellitas del artisteo-famoseo que nos ha regalado este país lleno hasta los topes de ellos, elevados por los medios -sobre todo las televisiones- a la categoría de iconos, no es el problema. El problema es que su opinión es tan relevante como la mía: cero. Y sobre todo el problema es que se le dé cancha. Una cosa es recoger una boutade -la de Victoria Abril- y otra ya distinta es hacer de eso una entrevista seria.