entro de 4 meses -quién me dice a mi que no antes, como ya ha sucedido en otras ocasiones- se descolgará de la península de Jutlandia un vórtice polar -o como cojones se diga- y en mitad de septiembre o a primeros se nos pondrán las pelotas como canicas. Luego habrá seis días de calor en octubre con las piscinas ya cerradas que más que bien te sientan mal y volveremos a meter el cuello en el túnel de ocho meses que irremediablemente año tras año nos lleva desde octubre hasta mayo y que, con suerte, finaliza en junio y nos suele dejar disfrutar de algo de calor y solazo en los tres meses estivales. Por ahora, ese túnel no ha acabado y aquí seguimos, con temperaturas de finales de marzo o primeros de abril cuando deberíamos estar, objetivamente, asistiendo a un festival de caída de abrigos y brote de ombligos. Nada, miseria, estampas bielorusas, aires islandeses y esa luz que pide a gritos subirse a un piso alto y punto. Es cierto que el año no ha sido lluvioso y que hacía falta agua, puesto que en este poblado si en un mes no llueve se seca todo, pero las lluvias de los últimos días y de la última semana de abril han permitido que las cifras más o menos vuelvan ya a límites asumibles y por ahora el descenso de agua caída en Pamplona hasta mediados de mayo es solo de un 17% con respecto a la media histórica, así que nada que no sea subsanable. Lo que ya nos hemos comido es un enero más frío que la media, un marzo igual, un abril igual y un mayo que por ahora es dos grados más bajo. Solo febrero, con varios días completamente anticiclónicos, se sale de esa tónica de año frío, ventoso y porculero. Miro la previsión de la semana que viene y veo sol y aumento de temperaturas. Lo que viene siendo el mes de mayo y más la segunda quincena. No jodamos, por favor, que bastante largo está siendo ya todo esto de por sí. Queremos sol, calor y helaos. Llevamos suficiente cueva.