n agosto se supo que se había presentado una acusación por parte de una mujer de 68 años contra Bob Dylan. La mujer acusa a Dylan de haberla violado en varias ocasiones a lo largo de seis semanas entre abril y mayo de 1965, cuando era una niña de 12 años. Dylan ya era una estrella mundial a sus 24 años. Inmediatamente, los representantes de Dylan negaron las acusaciones. Como es lógico, a cierta edad uno ya sabe que sus ídolos pueden ser tan nauseabundos como el mayor de los nauseabundos y que nadie está libre a priori de cometer atrocidades, pero, de la misma manera, sabe que estas cosas hay que demostrarlas -y más 56 años después- para que ninguna persona sea del sexo que sea tenga que penar por el mero hecho de ser famosa o por el mero hecho de que otra persona con a saber qué ánimo y en qué estado mental te acuse de algo así. Como es normal, no tengo como no la tenemos nadie ni la más remota idea de si Dylan en 1965 violó a esa niña de 12 años y al tiempo soy consciente de que si eso fue así perfectamente la víctima ha sufrido tal shock que ha tardado en acusar todo estos años -y al tiempo sé muy bien que la violencia sexual que los hombres ejercen sobre las mujeres existe y ha existido y por desgracia aunque esperemos que mucho menos existirá-. Pero no me cuadra, la verdad. No porque sea Dylan, al que artísticamente venero, sino porque imagino que cuando uno mismo no tiene esa clase de pulsión sádica -violar niñas de 12 años- le resulta casi imposible verla en los demás y como mucho es capaz de ver cuestiones más normales y ninguna de ellas fuera de las lindes de la ley. Dylan estuvo prácticamente todo abril y mayo fuera de Nueva York -de gira y con su futura esposa-, donde supuestamente ocurrían los hechos, pero serán sus abogados quienes mejor lo detallen. Espero, eso sí, que la acusadora tenga más memoria que prisa; y que se sepa la verdad, sea cual sea.