a semana pasada, un parlamentario de UPN, Iñaki Iriarte, dio un paso al frente en el Parlamento y comentó “hacemos autocrítica. En casos como los de Mikel Zabalza, Mikel Arregi o Germán Rodríguez no supimos manifestar nuestro cariño a sus familiares ni respaldar como es debido su derecho a la Justicia. Y no nos cuesta pedir perdón a esas familias si nos equivocamos”. Para venir de la bancada que vino, es mucho más de lo oído en 40 años. Y, como ocurre cuando viene de otras bancadas, cualquier cosa que signifique una asunción de errores, aunque sea tarde, es positiva en sí misma. El asunto es que, aplaudiendo las palabras de Iriarte por lo que tienen de buenas y obviando todas las carencias circundantes, poco más tarde se le preguntó en Radio Euskadi al presidente de UPN, Javier Esparza, qué opinaba de las palabras de Iriarte y se limitó a no querer contestar, a responder que ya se habían manifestado -él no- y directamente a esconderse para no mostrar en persona y como líder del partido y del grupo parlamentario una opinión acerca de las palabras de uno de sus parlamentarios.

En resumen, una intervención cobarde y un despropósito, que más sonó a no querer manifestar su verdadera opinión, bien porque no coincidía con la de Iriarte o, si coincidía, por no querer remover el asunto entre sus miles de votantes, muchos de los cuales habrían tragado saliva al oír o leer lo que dijo Iriarte. El máximo representante de esos miles de votos, en los cuales caben distintas sensibilidades, simplemente metió la cabeza debajo del ala y se escudó en que digas lo que digas te malinterpretan. Hombre, no, si hablas claro no suele haber problema. De hecho a Iriarte se le entendió muy bien, un Iriarte que ha sido -y en su derecho está- muy beligerante con actitudes históricas de otros partidos, de la izquierda abertzale, etc, etc. Mucho trayecto también queda en UPN.