esulta fascinante el mecanismo mental por el cual uno ve por la ventana que está nevando, que está cuajando sobre césped, coches y calzada, que la capa de nieve que se está formando es apreciable y que pese a ello coja uno su coche y se lance a la carretera. O que esta nevada le haya pillado en la carretera. Y, en ambos casos, ya te haya pillado o te incorpores a sabiendas, sin cadenas y sin ruedas de invierno. A no ser que tengas que llevar a tu pareja a dar a luz o ir a todo meter a socorrer a un familiar o amigo, conducir bajo la nieve sin cadenas es arriesgado. Sí, efectivamente, la administración pública está ahí para tratar de ayudarte a que no se colapsen las carreteras, cierto, les pagamos para eso, pero recuerda que hay cientos, miles de kilómetros de carreteras, y que pese a que los quitanieves y los servicios de emergencias hagan cientos de viajes de ida y vuelta seguro que habrá lugares concretos por los que no pasan o pasan cada demasiado tiempo o con el suficiente intervalo como para que a nada que unos cuantos vehículos vayan sin cadenas se lie parde en un santiamén. Porque no hace falta mucho -más bien casi nada- para que un coche se salga, otro no pueda moverse, detrás vengan diez más y ya está el jaleo montado. No me quiero referir a ningún caso concreto de días pasados, pero me basta observar los coches que veo mientras estoy en la calle haciendo trincheras con mi hijo. Vamos haciendo bolas grandes haciéndolas rodar por la hierba nevada y para cuando llegamos al final la hierba ya vuelve a estar nevada. Pasó el domingo a la mañana. Levantas la vista, ves cómo sucede lo mismo en la carretera y ves decenas de coches pasar sin cadenas. Esto es lo que hay nevada tras nevada tras nevada. Y gente que es previsora y va sin cadenas y se queda enganchada por culpa de los imprudentes. ¿A que les recuerda a otra cosa más actual y sanitaria?