o ha empezado el invierno. Se lo comento con toda la confianza que tenemos después de tantos años. Alguien tiene que decir en ocasiones lo que nadie quiere oír y los periodistas serios y comprometidos con la verdad tenemos siempre que dar un paso al frente y contar lo que aunque sea duro todos estamos en la obligación de conocer: aún estamos en otoño. El invierno, el frío, la lluvia, el viento racheado, la nube gris permanente que se te instala encima de la cabeza como la tristura o la depresión, la nieve, el aguanieve, esos pies fríos desde que te levantas hasta que te acuestas, todo eso, amigos y amigas, aún no ha comenzado oficialmente. Esto que llevamos viviendo desde el 22 de noviembre, con casi 20 días seguidos volcándose sobre nuestros cuerpos el mar Cantábrico y parte de la nieve de Groenlandia y esta temperatura más de mediados de enero o de finales, toda esta murriez, estas 18 horas de sol que llevamos en Pamplona en 18 días, solo 18 putas horas de sol, no han sido sino un castigo por el mes de octubre tan soleado que hizo y aquel julio y agosto sin apenas ver una gota de agua. Aquí no te perdonan una, aquí se cobran todo sí o sí. Yo cuando veía esos días de octubre que no caía un chubasco y además no hacía viento ni bochorno, cuando veía esos días prácticamente perfectos, ya barruntaba que iba a aparecer Paco con las rebajas y nos iba a dar en toda la cresta. Y llegó, vaya que sí llegó el muy cabrón. El tema aquí es que cuando llega no lo hace de una manera mínimamente sana para la salud mental, con apariciones y desapariciones. Aquí se te planta en la cocina y tienes la nube metida desde que amanece hasta que anochece por ahora tres semanas. Tres semanas es mucho tiempo, es casi una vida, no me jodas otoño, vete a tomar por culo. Sí, ya está todo mucho más verde y el agua hacía falta, pero ¿un poco de piedad con los que nacimos en la latitud errónea?